Existen múltiples expresiones de la oración: una que se despliega en la esfera pública, como la liturgia eclesial, y otra, más íntima y reservada, que se manifiesta en la comunión individual con lo divino. La liturgia, aunque esencial para la vida comunitaria, deja de lado la singularidad del diálogo personal con lo trascendente, esa conversación íntima que el apóstol alude en Filipenses 3:20:
«ἡμῶν δὲ τὸ πολίτευμα ἐν οὐρανοῖς ὑπάρχει, ἐξ οὗ καὶ σωτῆρα ἀπεκδεχόμεθα κύριον Ἰησοῦν Χριστόν.»
La manera en que nos relacionamos con lo divino es una experiencia profundamente íntima y sagrada. La oración, en su esencia, es una expresión de nuestras necesidades ante lo trascendente. Sin embargo, ¿por qué orar si Dios ya conoce nuestras necesidades antes de que se las comuniquemos? La respuesta no reside en informar a Dios, sino (como explica San Agustín en Confesiones X, 29) en abrirnos a recibir lo que ya ha sido preparado para nosotros. Es esta apertura del alma lo que define la oración.
Siempre he sostenido la convicción de que compartir la experiencia de la oración es, de alguna manera, profanarla. Esto es lo que hacen los predicadores mediáticos, que convierten el diálogo íntimo con lo divino en un espectáculo público, muchas veces chabacano. La oración, sin embargo, es un momento de desnudez ante lo divino, donde exponemos nuestras vulnerabilidades más profundas y nuestras inquietudes más genuinas.
El mismo Cristo nos insta a preservar esta intimidad en la oración privada:
“Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán escuchados. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” (Mateo 6:6-8)
San Jerónimo, por su parte, nos recuerda la importancia y el poder de la oración:
“La oración [privada] es un escudo para el alma, un refugio para el cuerpo, un freno para los vicios, un aliado de la virtud, un guía para la vida, un consuelo para la muerte. La oración purifica de los pecados, ahuyenta las tentaciones, aplaca la ira de Dios, asegura el bienestar y fortalece la fe.” (Hom. 6: Sobre la oración).
En última instancia, la oración es un vínculo místico que conecta al individuo con lo divino. Es un acto que trasciende el lenguaje y penetra en la esencia del ser. A través de la oración privada, nos sumergimos en la profundidad del alma, confiando en la presencia amorosa y sabia del Creador. Esta experiencia sagrada debe ser preservada y protegida como un tesoro espiritual, apartada del escrutinio público y cultivada en el silencio del corazón. Que cada momento de oración nos lleve a una mayor comunión con lo divino y fortalezca nuestra fe en el misterio del amor de Dios.
Hola Raúl:
La analogía de la oración como un momento de desnudez ante lo divino encapsula la idea de que al orar nos encontramos frente a frente con la esencia misma de la divinidad, sin máscaras ni pretensiones. Es como si nos despojáramos de todas nuestras capas externas, de nuestras preocupaciones terrenales y de nuestras defensas, para presentarnos ante Dios tal como somos, con toda nuestra sinceridad y vulnerabilidad. Este acto de desnudez espiritual nos permite abrirnos completamente, sin reservas ni inhibiciones, ante la presencia amorosa y compasiva de lo divino.
Muchas gracias por este comentario.
Tengo una sensación extraña cuando leo este texto yme gusaría que este comentario se publicara:
Me parece que usted esytá poniendo por encima de la liturgia la oración personal, pero cuando habla de oración ¿lo hace en el sentido tradicional católico o en el sentido que tienen los protestantes y evangélicos? ¿A qué llama “oración”? ¿incluye usted aquí el Santo Rosario y todas las demás oraciones que nos pide la Santísima Virgen María o en cambio se trata de una “experiencia personal” y de carácter gnóstico?
Lamento que no fui lo suficientemente claro. Me remito a las definiciones y explicaciones que da el gran teólogo dominico Garrigou-Lagrange en “Las tres edades de la vida interior”, o San Agustín en toda su obra. Le dejo mis saludos.