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La Comunión de los Santos y la Devolución de lo Sagrado

En un mundo que ha aprendido a concebir la realidad como un conjunto de entidades separadas —alma y cuerpo, sagrado y profano, individuo y comunidad, historia y eternidad— la fiesta de Todos los Santos es una interrupción. No una memoria, sino una fisura ontológica en el tiempo secularizado: un recordatorio de que la creación nunca fue abandonada a la autosuficiencia de lo meramente natural.

Los santos no son “excepciones morales” dentro de un orden neutral. Son el signo de que la gracia es más real que la naturaleza tal como la modernidad la concibe. No perfeccionan una autonomía humana: revelan que nunca hubo autonomía, porque toda existencia es participación, don, relación. La santidad no es una categoría ética, sino ontológica: es criatura que vuelve a transparentar la gloria de su Creador.

La Iglesia no los “posee” ni los administra. Más bien, la Iglesia es lo que es porque los santos existen, porque la comunión de los redimidos es la forma concreta en que la humanidad es injertada en la vida del Dios trinitario.Si la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo, entonces la Comunión de los Santos es su extensión en la historia y más allá de la historia. No hay Iglesia sin santos, ni santos sin Iglesia: no una institución humana purificada, sino una participación real en el Cristo total.La teología moderna intentó reducir la santidad a virtud privada o a ejemplo moral. La teología liberal la volvió metáfora.Pero la verdadera tradición católica —oriental, occidental, anglicana en su raíz no modernista— sabe que la santidad no es actitud, sino transfiguración: anticipo de la nueva creación.Por eso, cuando confesamos “creo en la comunión de los santos”, no enunciamos una doctrina marginal, sino la refutación radical del individualismo moderno.El santo no es solista espiritual: es persona en el sentido trinitario, es existencia convertida en relación, es “ser-en-comunión”.

En la fiesta de hoy, la Iglesia militante contempla su propia verdad escatológica: no una suma de creyentes, sino una polis litúrgica donde la historia se curva hacia la eternidad y la eternidad se vuelve hospitalaria hacia el tiempo.Allí donde los santos están, la lógica del mundo ya no gobierna: el martirio vence al poder, la virginidad vence al consumo, la oración vence al ruido, la caridad vence al cálculo.Cristo reina, y los santos no están muertos: son más vivos que nosotros.Porque el verdadero realismo no es el secular, sino el eucarístico.Y la verdadera política no es el Estado, sino la comunión de quienes han sido incorporados al Cordero.En ellos vemos lo que fuimos creados para ser: hombres y mujeres cuya existencia es alabanza.

«Sed santos», no como mandato imposible, sino como revelación de vuestro origen.La santidad no nos aleja del mundo: lo devuelve a Dios.Y sólo lo que es devuelto a Dios permanece.

Oremos.

Dios omnipotente y eterno,
que nos has unido en un solo Cuerpo
con aquellos que en la tierra luchan,
aquellos que en el paraíso descansan,
y aquellos que en gloria ya contemplan tu rostro:

concédenos, te rogamos,
perseverar en la carrera que nos has puesto delante,
sostenidos por la intercesión de tus santos,
inflamados por su ejemplo,
y hechos partícipes de la luz que ellos ya poseen.

Para que, al final de nuestra jornada,
seamos hallados dignos de compartir con ellos
la herencia eterna de tu Reino,
donde Cristo vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
un solo Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.


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