Buscando la verdad en una era desolada

En la encrucijada cultural de esta era post-cristiana, marcada por el hedonismo desbordado y un resurgir neopagano que desafía los fundamentos del pensamiento tradicional, parece inconcebible imaginar una formación intelectual que se arraigue en el núcleo de la teología. Vivimos en tiempos donde el espíritu académico ha sido despojado de toda profundidad espiritual, y los bastiones que antaño defendían la integridad del saber cristiano han sucumbido ante la vorágine del secularismo. Ya no existen centros de formación ni instituciones educativas que sitúen la Tradición Cristiana en el epicentro de su praxis pedagógica; en su lugar, reina el vacío de una educación que ha abandonado la búsqueda de lo sagrado.

Los seminarios, esos últimos refugios de lo que alguna vez fue una educación ordenada hacia lo trascendente, están ahora reservados para los pocos que se encaminan hacia las sagradas órdenes. Sin embargo, incluso estos espacios se han visto contaminados por los venenos del liberalismo, el modernismo y el relativismo—tanto doctrinal como moral—que han minado su propósito esencial. Esta crisis no es nueva; sus raíces se remontan al Concilio de Trento, cuando se establecieron los seminarios, una innovación que, en retrospectiva, parece haber marcado el comienzo de la fragmentación. Antes de este cambio, aquellos que aspiraban al sacerdocio se formaban en universidades o ingresaban a órdenes religiosas, lugares donde la fe y la razón todavía coexistían en un frágil equilibrio.

Frente a esta desolación, algunos han intentado resistir creando espacios alternativos de difusión e investigación, como revistas, foros, grupos de trabajo, y bibliotecas. Pero estos esfuerzos parecen cada vez más insignificantes frente al imparable avance de los medios digitales, donde la superficialidad de los canales de YouTube ha desplazado al riguroso intercambio de ideas y conocimientos que alguna vez floreció en comunidades más íntimas. Lejos quedan los tiempos en los que compartíamos libros con devoción, intercambiábamos fotocopias como si fueran reliquias, y nos embarcábamos en peregrinajes intelectuales hacia las casas de amigos en busca de material valioso. Ahora, el acceso a textos de verdadero valor se ha reducido a un acto de nostalgia, una resistencia romántica en un mundo que ha renunciado a la profundidad.

Muchos de nosotros, en un intento desesperado por preservar algo de lo que se ha perdido, hemos construido de manera autodidacta nuestros propios saberes y bibliotecas. Sin embargo, no lo hacemos con la pretensión de erigirnos como teólogos, sino más bien como lectores marginales de la Ciencia Sagrada, acumulando en nuestras estanterías textos de épocas dispares y calidad variable. En este contexto, surge la pregunta: ¿está mal estudiar teología de forma sistemática? ¿Es erróneo sumergirse en la filosofía, la historia y otros saberes en un mundo donde la educación ha perdido su ancla en lo divino? La respuesta es un rotundo no, aunque esta búsqueda se haga en los rincones más oscuros del peor de los institutos. Lo esencial es que, en este camino incierto, purifiquemos nuestra inteligencia con la oración y las buenas lecturas, aunque ambas sean cada vez más difíciles de encontrar.

Cuando recibo correos electrónicos preguntando dónde se puede estudiar sobre estos temas, mi única respuesta posible es señalar hacia los libros, esos vestigios de un tiempo en el que el conocimiento no había sido todavía despojado de su alma. Pero incluso al hacerlo, no puedo evitar sentir que estamos luchando contra una marea imparable, y que la pregunta ya no es dónde estudiar, sino si es posible seguir haciéndolo en un mundo que ha olvidado lo que significa aprender.

La Sagrada Escritura como base para nuestra fe y disciplina. Reflexiones sobre un texto de San Agustín

En el siguiente fragmento de la obra “La utilidad del ayuno”, merece un comentario somero dada la actulidad de su contenido. En efecto, en nuestro medio somos testigos de un comportamiento pendular: o se anulan las prácticas de piedad, especialmente la que se refiere a los ayunos y abstinencias, o se las envuelve en un ritualismo y fariseísmo sorprendente. Ambas posturas demuestran la crasa ignorancia que impera entre los que se llama a sí mismos “tradicionalistas” o “conservadores”. También nos lleva a preguntarnos “¿Qué conservan? ¿Qué pretenden conservar?” Peor más aún “¿Qué quieren conservar o transmitir si no conocen siquiera la base de la fe?”

Hace poco tiempo tuve un distanciamento muy doloroso de un amigo, naturalmente lo tengo en mis oraciones y no le guardo rencor. Pero en su rabieta y sus insultos noté que no comprendía el fundamento de la fe: la Sagrada Escritura, conservada en la Iglesia y para la Iglesia. Cuando alguien que se dice cristiano desconoce la Escritura y pone al mismo nivel de ella escritos apócrifos o extraños a la doctrina, por más que se aferre a prácticas antiguas y venerables, es como el hombre que construyó su casa sobre la arena “y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt 7: 27).

Pienso que grandes teólogos como Kallistos Ware enfatizaron que las Sagradas Escrituras contenían aquello que era necesario para la salvación; por su parte, la Iglesia Anglicana afirma en el primer punto del Chicago–Lambeth Quadrilateral de 1888 lo siguiente:

The Holy Scriptures of the Old and New Testaments, as “containing all things necessary to salvation,” and as being the rule and ultimate standard of faith.

Invito a todos a volver la Sagrada Escritura y a los Padres de la Iglesia, a contemplar en la sabiduría de los últimos como se sostiene sobre la Palabra de Dios, verdadera fuente de sabiduría, y por ello comparto con ustedes el siguiente fragmento del Doctor de Hipona:

Los hombres que ayunan ocupan un lugar intermedio entre los carnales y los ángeles. Hermanos, hay un alimento que repara la debilidad de la carne, y también hay un alimento celestial que satisface la piedad del alma. El alimento terreno tiene su vida propia, y también el celestial tiene la suya. El uno sostiene la vida de los hombres, el otro la de los ángeles. Los hombres de fe, separados cordialmente de la turba de los infieles, y levantados hacia Dios, a quienes se dice: ¡Arriba el corazón!, portadores de otra esperanza9, y conscientes de que son peregrinos en este mundo10, ocupan un lugar intermedio: no hay que compararlos ni con los que no piensan en otro bien que en gozar de las delicias terrenas11, ni todavía con los habitantes superiores del cielo, cuyas delicias son el Pan mismo, que ha sido su Creador. Los primeros, como hombres inclinados a la tierra, que sólo reclaman a la carne el pasto y la alegría, se parecen a las bestias, muy distantes de los ángeles por su condición y costumbres: por su condición, porque son mortales; por sus costumbres, porque son sensuales. El Apóstol queda pendiente, por así decirlo, como intermedio entre el pueblo del cielo y el pueblo de la tierra; él corría hacia allí, y se elevaba de aquí. Sin embargo, no estaba todavía con los bienaventurados, porque habría dicho: Yo ya soy perfecto; y tampoco estaba con los terrenos, perezosos, indolentes, lánguidos, soñolientos, que piensan que no existe otra cosa sino aquello que ven y lo que pasa, y que ellos han nacido y han de morir12; puesto que si el Apóstol fuese del número de ellos, no habría dicho: Yo corro hacia el premio de mi llamada divina.

Por tanto, debemos reglamentar nuestros ayunos. No es, como he dicho, una obligación de los ángeles, y menos el cumplimiento de los que sirven a su vientre; es un término medio en el cual vivimos lejos de los infieles, codiciando estar unidos a los ángeles. Todavía no hemos llegado, pero ya estamos en camino; todavía no nos alegramos allí, pero ya suspiramos aquí. Y según esto que nos aprovecha abstenernos un poco de los pastos y del placer carnal, la carne nos inclina hacia la tierra; el alma tiende hacia arriba; la arrebata el amor, pero es retardada por la gravidez del cuerpo. De ello habla la Escritura: Porque el cuerpo, que se corrompe, apesga el alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa15. Por tanto, si la carne, inclinándose hacia la tierra, es peso del alma y lastre que dificulta su vuelo, cuanto más uno se deleite con la vida superior, tanto más aligera el lastre terreno de su vida. Y eso es lo que hacemos al ayunar.

La importancia del ayuno. No vayáis a creer que el ayuno es algo de poca importancia y superfluo. Que nadie, al hacerlo según la costumbre de la Iglesia, piense para sí y se diga, o escuche al tentador que sugiere internamente: ¿qué es lo que haces? ¿Por qué ayunas? Tú defraudas a tu alma, y no le das lo que le gusta. Tú te infliges un castigo a ti mismo, y tú mismo eres tu verdugo y sayón. ¿Es que le puede agradar a Dios que tú te atormentes? Entonces es cruel, porque se alegra de tus sufrimientos. Respóndele al tentador: Yo sufro, es verdad, para que El me perdone; yo me castigo para que El me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura. También la víctima es sacrificada para ponerla sobre el altar. Y no voy a consentir que mi carne oprima a mi alma. Responde a ese malvado consejero, esclavo del vientre, con esta comparación, y dile: Si tú cabalgases en un jumento, si te montases en un potro que cuando te lleva pudiese hacerte caer, ¿no le mermarías el pienso al fogoso corcel para caminar seguro, y así domar con el hambre al que no podrías refrenar con la brida? Mi carne es mi jumento, yo camino hacia Jerusalén, y muchas veces me lleva precipitadamente e intenta arrojarme fuera del camino, pues mi camino es Cristo; ¿no voy a reprimir con el ayuno al que va encabritado? Quien conoce esto, sabe por propia experiencia cuan útil es el ayuno. Pero ¿es que esta carne que ahora es domada, siempre lo será? Mientras en el tiempo flota a merced de las olas, mientras está agobiada por el lastre de la mortalidad, tiene sus diabluras manifiestas y peligrosas para nuestra alma. Porque la carne es todavía corruptible, y aún no ha resucitado, puesto que no será siempre así: aún no tiene el estado propio del ser celestial, porque todavía no somos iguales a los ángeles de Dios.

San Agustín, La utilidad del ayuno, Cap II y III.

Ilaria L.E. Ramelli: “The Christian Doctrine of Apokatastasis” texto para descargar

Es un placer presentar a todos los lectores de Documenta Theologica el monumental y admirable trabajo de la brillante académica Ilaria Ramelli The Christian Doctrine of Apokatastasis, que ustedes pueden leer desde este mismo sitio o bien descargarlo. Al final del archivo traemos una breve reseña.

La autora

Ilaria Ramelli nació en Italia en 1970. Su trayectoria académica ha sido una sinfonía magistral de exploración intelectual y erudición exquisita, que ha iluminado las sendas del conocimiento en las más prestigiosas instituciones académicas del mundo.

Su obra se distingue por un enfoque meticuloso y multidisciplinario, donde las complejidades del cristianismo primitivo, la patrística y la filosofía neoplatónica se entrelazan en un tapiz intelectual de una riqueza inigualable. Ramelli ha desempeñado un papel destacado en la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Milán, Italia, donde su sabiduría ha nutrido las mentes jóvenes ávidas de conocimiento. El aura de su erudición ha trascendido fronteras, llevándola a ocupar roles distinguidos en instituciones de renombre mundial. Su paso por la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, ha sido un testimonio de su excelencia académica, mientras que su estancia como investigadora visitante en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, ha sido un tributo a su reconocida maestría en los dominios del conocimiento.

La obra de Ilaria L.E. Ramelli, “The Christian Doctrine of Apokatastasis“, emerge como una brillante exploración que desafía las convenciones teológicas establecidas, adentrándose en un viaje intelectual hacia las profundidades del pensamiento cristiano.

En el corazón de la obra de Ramelli late una hipótesis audaz y provocadora: el resurgimiento de la doctrina de la apokatastasis como una corriente vital en el torrente del pensamiento cristiano. Este concepto, arraigado en la tradición neo-platónica, se alza como una visión redentora que desafía las narrativas lineales y binarias, y postula la restauración universal a través de la gracia divina. La autora nos guía a través de un laberinto de textos sagrados y tratados teológicos, tejiendo una narrativa que abarca desde los orígenes de la doctrina en el Nuevo Testamento hasta su resplandor en el pensamiento de Eriugena en la Edad Media. En este viaje, desentrañamos los matices de la apokatastasis, explorando su evolución a través de las corrientes del tiempo y del espacio teológico.

En su análisis crítico, Ramelli no teme cuestionar las narrativas establecidas y desafiar las ortodoxias teológicas cuestionando las dicotomías simplistas del bien y el mal, la salvación y la condenación, y nos invita a considerar nuevas posibilidades de redención y restauración en un mundo fragmentado y complejo.

Esta exploración trasciende lo puramente intelectual, adentrándose en el abismo de las implicaciones metafísicas y éticas de la apokatastasis. ¿Qué significan estas reflexiones para nuestra comprensión del sufrimiento humano, la justicia divina y la naturaleza del cosmos? ¿Cómo podemos habitar este espacio intermedio entre la esperanza y el desespero, entre la gracia y el juicio?

Un aspecto fascinante de la obra de Ramelli es su exploración de la hermenéutica de la apokatastasis. ¿Cómo interpretamos los textos sagrados a la luz de esta doctrina? ¿Qué implicaciones tiene para nuestra comprensión del amor divino y la redención universal? Ramelli nos desafía a reconsiderar nuestras metodologías hermenéuticas y a abrirnos a nuevas posibilidades interpretativas.

Este libro también plantea preguntas importantes sobre el papel de la apokatastasis en el diálogo interreligioso. ¿Cómo se relaciona esta doctrina con otras tradiciones religiosas y filosóficas? ¿Hay puntos de convergencia o divergencia que merecen nuestra atención? Ramelli nos invita a explorar estas cuestiones con mente abierta y corazón receptivo.

En última instancia, “The Christian Doctrine of Apokatastasis” de Ilaria L.E. Ramelli emerge como un llamado apasionado a la reimaginación teológica en un mundo posmoderno. A través de su análisis profundo y perspicaz, Ramelli nos desafía a abandonar las seguridades de las narrativas establecidas y a abrazar la complejidad y la ambigüedad de la fe cristiana. En un mundo fracturado y fragmentado, la apokatastasis resuena como un eco de esperanza, una visión de redención universal que trasciende las limitaciones de nuestro entendimiento humano.

El eremita interior

Desde la caída de los primeros padres yace una búsqueda eterna, un anhelo que ha resonado en los corazones de hombres y mujeres a lo largo de las eras: el llamado hacia lo Absoluto, hacia una vida apartada, lejos del bullicio mundano y las convenciones sociales. Este deseo, arraigado en la esencia misma del ser humano, ha dado origen a la vocación eremítica, un sendero de soledad y silencio que trasciende épocas y culturas.

El tiempo de la cuaresma es una clara invitación a reflexionar sobre los testimonios de aquellos que han abrazado esta vida de retiro, apartándose de las multitudes para buscar una comunión más profunda con lo divino. Aquí la figura de Jesús de Nazareth se destaca sobre todos, porque no sólo fue cuarenta días al desierto y ayunó, para ser tentado, sino que en varias oportunidades se retiraba en soledad, a lugares desiertos, para orar (Mateo 4:1-11; Marcos 1:12-13; Lucas 4:1-13; Mateo 14:13; Marcos 6:31; Lucas 5:16; Lucas 6:12; Juan 6:15; Juan 11:54) al Padre. A imitación de él, primero San Pablo, se retiró a lugares alejados a fin de tener un contacto directo con Dios (Gálatas 1:15-18). Este ejemplo fue el que siguieron los eremitas.

Desde los eremitas del antiguo oriente, quienes se adentraban en los bosques y ríos tras cumplir con sus deberes hacia la sociedad, hasta los monjes medievales de Europa, cuya existencia estaba imbuida de una espiritualidad cisterciense y benedictina, el eremitismo ha dejado una huella indeleble en la narrativa humana.

Sin embargo, más allá de las glorias pasadas, se alza una sombra de melancolía sobre el horizonte del eremitismo contemporáneo. En un mundo cada vez más enredado en las redes de la modernidad, el camino del ermitaño se vuelve cada vez más difícil de transitar. La agitación del presente, marcada por el ruido constante y la búsqueda frenética de gratificación instantánea, parece distanciar aún más al buscador solitario de su objetivo último.

A través de las palabras de sabios y eremitas podemos explorar dimensiones íntimas de esta vida apartada: la aridez del desierto interior, donde el buscador se enfrenta a la ausencia de respuestas y la oscuridad de la noche del alma, donde la presencia divina parece esquivar su mirada. Nos adentramos en el silencio fecundo, donde el ermitaño encuentra su voz más profunda, más allá de las palabras y las publicaciones, en el anonimato de su oración universal.

En este mundo de contradicciones y desafíos, el eremitismo interior emerge como una respuesta posible, una búsqueda de soledad y silencio que trasciende los límites físicos y se sumerge en las profundidades del alma. En un tiempo donde la pereza y el rechazo de la sociedad amenazan con socavar la esencia misma del eremitismo, surge la necesidad de redefinir y preservar este antiguo llamado hacia lo Absoluto.

Así, entre la nostalgia por un pasado dorado y la incertidumbre del presente, nos sumergimos en la esencia misma del eremitismo, un viaje de autodescubrimiento y comunión con lo divino que desafía las convenciones del mundo moderno y nos invita a explorar los rincones más profundos de nuestro ser.

Murió Enrique Dussel

El día 5 de noviembre falleció el filósofo y teologastro modernista Enrique Dussel. Si bien muchísimas personas no tienen idea de quién fue, de su interesante trayectoria, de su auto-hagiografía (que por supuesto dista mucho del testimonio de quienes lo conocieron y fueron sus alumnos o colegas) o de los libros que escribió, la influencia de Dussel es fundamental para entender la Teología de la Liberación.

De hecho Enrique Dussel fue el verdadero cerebro tras ella. Hasta Dussel, la “teología de la liberación” era más que nada una corriente bastante heterogénea y sin un trasfondo teológico, pero fue gracias a Dussel que esta llegó a articularse y constituir un sistema coherente que pasó luego a una posición de hegemonía.

Enrique Dussel nació en la provincia argentina de Mendoza. Como muchos de su especie gustaba jactarse de haberse criado en un hogar humilde y en una barriada muy pobre, aunque a decir verdad la posibilidad de acceder a la Universidad Nacional de Cuyo (donde se licenció en 1957) parecen desmentir un poco esa historia. Obtuvo una beca y prosiguió sus estudios en España, obteniendo su doctorado en filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Luego viajó a Israel y entró en contacto con el presbítero izquierdista Paul Gauthier, autor del libro Jesús, l’église et les pauvres. Dussel siempre señaló su encuentro con Gauthier y su trabajo como carpintero en la comunidad dirigida por ese sacerdote llamada Les compagnons et compagnes de Jésus Charpentier.

Es interesante señalar que Dussel marcaba que entre su experiencia con la secta de Gauthier y su descubrimiento de Emmanuel Lévinas ocurre su «conversión» y luego su producción orientada a la filosofía y como consecuencia la teología de la liberación.

Si bien es cierto que el movimiento de la teología marxista de la liberación es previo a la publicación de América Latina dependencia y liberación.  Antología de ensayos antropológicos y teológicos desde la proposición de un pensar latinoamericano (1973), ya en su trabajo de 1969 El humanismo semita encontramos las bases de toda su obra posterior y el germen de todos los errores que difundió. Para Dussel el pensamiento griego (luego patrístico y finalmente escolástico) era aristocrático, conformando una teología para las clases dominantes, mientras que el pensamiento semita era una reflexión sobre la vivencia de la liberación de la opresión de la esclavitud-pecado. Dussel jugó muchísimo en su obra con Apocalipsis 11:8:

Sus cadáveres [los dos testigos] estarán en la plaza de la gran ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado.

Para Dussel Egipto representa el pecado social y por lo tanto la esclavitud, Sodoma es la destrucción de la naturaleza del hombre a causa del pecado social y la alienación, y Jerusalén representa el orden religioso establecido que está aliado al poder político y opresor. La Teología fue entonces siempre, como señala en su obra Historia de la Iglesia en América Latina siempre una teología de la opresión, porque sirvió para legitimar el sistema económico; por otra parte una nueva teología, liberadora, debía nacer no del pensamiento griego, sino del semita. Pero Dussel da un paso más: tomando los principales trabajos de autores como Yvan Daniel, Henri Godin, Rubem Alves, Gustavo Gutiérrez Merino, Richard Shaull, Hélder Câmara, Arturo Paoli, y bajo una estructura marxista. Y allí está su gran “aporte”, su “novedad”.

Dussel consiguió introducir y traducir el marxismo a un lenguaje “cristiano”. Con una brillantez poco vista en los teólogos americanos (teologastros en realidad, porque seamos sinceros, nuestro ámbito careció de las luces que hubo en Europa) consiguió aunar posiciones teológicas diversas, encontrando un factor común y proponiendo la estructura marxista de análisis para elaborar una filosofía primero, y toda una teología después. Dussel puso orden en el caos de la “teología de la liberación” que estaba naciendo, y su obra, rápidamente traducida y referenciada ayudó luego a las demás “teologías contextuales”, como la Teología Negra, la Teología Feminista y la más reciente “Teología Queer”. De hecho es innegable e imposible de ocultar la clara influencia (cuando no inspiración) de Dussel en la obra de Marcella Althaus-Reid o en la obra de John J. McNeill.

Dussel construyó una filosofía, con la cual elaboró un sistema teológico que quiso además, convertir en teología de la historia (pues el marxismo no deja de ser eso, en ultima ratio). Sus trabajos “históricos” no pueden ser calificados como tales. No hizo ni historia ni teología, sino que buscó producir una cosmovisión teologizada desde el marxismo de la historia de la Iglesia; para ello llenó vacíos documentales con inferencias teóricas marxistas, citó fuentes difíciles de contrastar y muchas veces sus artículos y libros se basaron en trabajos de otros autores a los que con destreza admirable sintetizó y reformuló, omitiendo en alguna ocasión la referencia apropiada.

Dussel fue un genio, no cabe duda. Un hombre brillante que usó todo su talento para la destrucción de la verdadera teología y la conformación de un clero (tanto católico -luego modernista- como protestante) desviado del fin primero que debe tener para hacer de ellos los mensajeros de la revolución anticristiana.

Dussel murió, su obra perdura en los tristes espectáculos de los ministros católicos y evangélicos, en los ´púlpitos de las iglesias reformadas históricas hoy devenidas en clubes “inclusivos” y con una abierta agenda LGTBP+. Dussel fue a la teología cristiana lo que Charles Webster Leadbeater a la teosofía: el organizador, el sistematizador, el arquitecto. Dios haya tenido misericordia de su alma, porque él murió, si, pero su nefasta influencia perdura, y perdurará por mucho tiempo.

Respublica Spiritualis

Ya está a la venta Respublica Spiritualis: Un estudio de la cultura teológica en el Río de la Plata (siglos XVII-XIX). Editorial Cruzamante, Buenos Aires, 2023.

ISBN: 978-950-9294-30-1

Está a la venta mi libro bajo el sello de Ediciones del Cruzamante, una edición de mi tesis de maestría aprobada con sobresaliente por la Universidad de San Andrés.

Puede conseguirse en

CLUB DEL LIBRO CÍVICO, dirección: Marcelo T. de Alvear 1326/48 – Local 147. Teléfono 4813-6780

e-mail: claudio.clublibrocivico@gmail.com

Atención lunes a viernes de 13 a 19 hs

Les comparto en formato PDF el resumen del libro, el índice y el resumen.

La Iglesia como agente transformador

La Radical Orthodoxy es un movimiento teológico y filosófico postmoderno que surgió a fines del siglo XX y cobró fuerza en el siglo XXI como respuesta a la clara decadencia de la modernidad y el secularismo. En esencia, este movimiento busca recuperar la unidad pre-moderna de la teología y la filosofía, desafiando la bifurcación epistemológica y ontológica que caracteriza el pensamiento moderno. De esta forma, la Radical Orthodoxy aboga por un compromiso teológico integral con todo el espectro del conocimiento humano, afirmando que el cristianismo proporciona un marco sólido para interpretar la realidad, la existencia humana, la sociedad y el mundo.

Un elemento central de los principios de la Radical Orthodoxy es una crítica profunda de la modernidad, que se considera una ruptura con la conexión orgánica entre la fe y la razón. Según sus defensores, la desintegración de la teología de otras disciplinas académicas, particularmente la filosofía, ha llevado a una cosmovisión fragmentada y desprovista de significado trascendente. Al abogar por la reintegración de la teología y la filosofía, la Radical Orthodoxy busca recuperar la rica herencia intelectual de la tradición cristiana y explorar su relevancia para abordar los desafíos contemporáneos.

Una característica distintiva de la Ortodoxia Radical es su énfasis en la participación y la sacramentalidad. Arraigada en una ontología sacramental, esta perspectiva considera el mundo material como impregnado de la presencia divina, haciendo de los sacramentos un medio transformador de encontrar a Dios. Mientras que para la teología sacramental de la Iglesia Ortodoxa, por ejemplo está profundamente arraigada en el concepto de θέωσις (Theosis) o divinización, y los sacramentos son vistos como misterios (μυστήριον) a través de los cuales los creyentes participan de la naturaleza divina y se unen a Cristo, para la Radical Orthodoxy los sacramentos, si bien poseen una naturaleza transformadora, se subraya el papel de los sacramentos en la impreganción del mundo material con la presencia divina, se enfatiza la inmanencia de lo divino en el Κόσμος (Kosmos). De esta manera se aboga por una comprensión holística de la realidad dónde lo sagrado y lo lugar están entrelazados.

Además, la Ortodoxia Radical postula la radicalidad de Cristo como el núcleo de su marco teológico. La figura de Cristo, que representa la paradoja Dios-hombre, se convierte en el punto de convergencia entre teología y filosofía. El mensaje radical de Cristo desafía los supuestos seculares prevalecientes de la modernidad y critica la hegemonía ideológica de la teología liberal que ha acomodado al cristianismo para encajar dentro de un marco secularizado.

Teniendo en cuenta lo anterior, podemos pasar ahora a la pregunta de qué es la Iglesia o Εκκλησία. Ella es una comunidad sacramental, pero no en el sentido de que en ella se mantienen y resguardan los sacramentos en el sentido tradicional, sino que ella encarna la presencia transformadora de lo divino en el mundo. La Εκκλησία se extiende más allá del ámbito privado y constituye un testimonio contracultural que desafía las tendencias secularizadoras de la sociedad contemporánea. Así, la Εκκλησία ιερό μυστήριο (Iglesia como sacramento) es el lugar o espacio en el cual ocurre el encuentro transformador con lo divino, permitiendo a los creyentes la participación de la vida de Cristo. La Iglesia es una extensión de la Encarnación del Λόγος, en la cual converge el Reino material y espiritual y los sacramentos (Ιερό Μυστήριο) no son simplemente un medio para alcanar una gracia, sino el medio de santificación de los individios y del orden creado o Κόσμος.

La Εκκλησία entonces no es un refugio ante la modernidad, sino un agente transformador del mundo. No es el lugar para escapar y quedarnos refugiados, recreándonos en un onanismo espiritual con prácticas antiguas por el simple hecho de que son antiguas. La Iglesia no es un museo de ceremonias y ropas donde cada cual, entiende más o menos lo que quiere y se erige con el derecho a excomulgar a quien no se ajusta a su sistema de pensamiento, donde cada “guardia” del museo se ve a si mismo como el director de la misma. No, ella no es un depósito de glorias pasadas, ella no es un esqueleto. Ella es la Vida misma.

Cultura teológica y Radical Orthodoxy

El concepto de “cultura teológica”, desde la perspectiva de la escuela llamada “Radical Ortodoxy“, se vuelve central. En efecto, esta escuela de pensamiento busca ir más allá de comprometerse con varias disciplinas, incluidas la filosofía, la política, la literatura y la cultura, desde una perspectiva teológica; por el contrario, la Radical Ortodoxy propone el regreso de la Teología como disciplina rectora.

En esencia, la Teología no debe limitarse a discusiones confinadas dentro de la Iglesia institucional, sino que debe impregnar y dar forma a discursos culturales más amplios. Esta idea desafía la secularización de la cultura moderna y aboga por el “reencantamiento del mundo” a través de un retorno a una comprensión teológica profundamente arraigada.

Es entonces que damos paso a la cultura teológica. Dentro del marco de la Radical Ortodoxy esta implica la integración de ideas, principios y prácticas teológicas en todos los aspectos de la existencia humana. Busca recuperar las dimensiones trascendentes y espirituales de la vida, reconociendo que todas las facetas de la cultura, ya sea arte, política, ciencia o educación, pueden ser enriquecidas y elevadas por la reflexión teológica.

Autores como Graham Ward o Catherine Pickstock señalan rechazan la noción de compartimentar las creencias religiosas en una esfera privada, sino que insiste en la importancia de reconocer la interconexión entre teología y cultura. La teología es vista como el fundamento que da significado y propósito a las actividades humanas y actividades intelectuales. Al infundir a la cultura valores teológicos, la Radical Ortodoxy tiene como objetivo desafiar los supuestos seculares que prevalecen en las sociedades modernas y presentar una visión alternativa para enfrentar los desafíos contemporáneos.

Además, esta corriente critica la marginación de la teología del discurso intelectual y piden una reafirmación del papel de la fe en la formación de valores culturales. La cultura teológica no es una forma de imperialismo intelectual o un retorno a una sociedad teocrática, sino más bien un alegato a favor de una cosmovisión más inclusiva e integrada, que reconozca las importantes contribuciones de las tradiciones religiosas en la formación de la historia y la cultura humanas.

Bibliografía de mi libro “Respublica spiritualis”

Toda investigación debe estar sustentada en la documentación, por eso mismo considero que lo primero que debemos dejar en claro es el aparato documental y bibliográfico, tanto en una tesis, monografía o libro. La referencia que no se puede encontrar, que no puede ser cotejada no debe ser incluída. Si bien en pocas semanas saldrá a la venta mi libro Respublica Spiritualis, decidí colocar aquí tanto las fuentes como la bibliografía.

Respublica Spiritualis: muy pronto disponible

Estoy muy contento porque dentro de poco tiempo más saldrá a la venta mi libro Respublica Spiritualis. Un estudio de la cultura teológica en el Río de la Plata (siglos XVII-XIX). El libro saldrá bajo el sello editorial de Ediciones del Curzamante, y agradezco todo el apoyo de Eduardo Llorente para que este trabajo vea la luz.

El libro está basado en la tesis presentada en la Universidad de San Andrés. Muy pronto habrá novedades sobre la presentación y dónde estará disponible.