El hombre no puede conocer a la perfección la naturaleza divina; únicamente puede, con la ayuda del mismo Dios, aproximarse a ella de una manera débil. En efecto, ¿cómo nosotros, en nuestra inteligencia finita y destruida por la Caída de los Padres, podremos llegar alguna vez a “entender” la grandeza de Dios? Nos basta con saberla. Sabemos que Dios es omnipotente, pero no podemos comprender esa omnipotencia. Sabemos que Él es sapientísimo, pero no podemos conocer lo que Él sabe, porque nuestro conocimiento es infinitamente menor y está sujeto a accidentes como el Tiempo, mientras que Dios está fuera del Tiempo y no se encuentra sujeto al Espacio.
El Λόγος es acción propiamente dicha; por el Λόγος todo se hizo y nada se hizo sin el Λόγος. ¿Qué había antes de Dios? Nada. Ahora bien, ¿podemos comprender la “nada”? Creemos que sí, pero estamos en el error. Me trataré de explicar. Nuestro Κόσμος, creación de Dios, contiene toda la materia y energía; al mismo tiempo, se encuentra sujeto a la contingencia de la temporalidad. Todo lo que ha sido creado se encuentra en los límites del Κόσμος; fuera de él no hay nada, empero, la idea de que a partir de cierto lugar comience la inexistencia repugna a nuestra inteligencia. Imaginemos un círculo. Todo lo que esté dentro de él existe. Fuera de él no existe nada. Si yo me pudiera asomar al borde de dicho círculo, ¿contemplaría algo? No, sino que veríamos el otro lado del círculo. ¿Y si comenzáramos a caminar? Llegaría un momento en el cual volveríamos al punto de partida. Para nosotros hay continuidad, hay linealidad; solo podemos ver aquello que tenemos enfrente. Tiempo y espacio son condiciones obligadas a nuestra mente y comprensión, no así para Dios, quien existe sin el tiempo, quien se mueve sin el espacio.
Los filósofos griegos, padres de nuestro pensamiento, no pudieron llegar a la idea de la creación tal como nosotros la hemos recibido de Dios. ¿Por qué? Ninguno de los relatos de creación de la antigüedad, ninguna mitología ni religión, llegó a la idea de la creación desde la nada. Platón, en su “Timeo”, nos cuenta que el Demiurgo “hizo” el mundo a partir de materia informe copiando a las ideas; por lo tanto, esa divinidad primordial coexistía como una “cosa más” junto con el tiempo, las ideas y la materia imperfecta. Pero la Escritura, cuyo autor es el mismo Dios vivo, nos relata algo completamente diferente: el Dios de infinita majestad, por un acto absolutamente voluntario y libre, decidió que las cosas “fueran”. Hizo el mundo desde la nada y a partir de la nada, y al concluir la Creación, el Creador “contempló todo lo que había hecho, y vio que era bueno en gran manera” (Gen 1:31).
Dios es un ser externo a la creación, no se confunde con ella, sino que la determina. El Tiempo es también algo creado, un producto más que no afecta a la naturaleza divina, distinta de la naturaleza creada. Las cosas que Dios hizo son buenas, incluso el hombre fue hecho bueno por Dios y colocado en el paraíso, sin dolores, sin sufrimiento alguno. Empero, el hombre, al transgredir el Mandato que Dios le había dado, decidió destruirse a sí mismo y apartarse de la vista de Dios. Pero Dios no lo podía ignorar, porque Él está fuera del tiempo y nada ocurre sin que lo permita, porque, como dice el Doctor Angélico, Dios permite el mal porque de él puede obtener un bien.
Nosotros, mortales, con una inteligencia sujeta al tiempo, con nociones que nos esclavizan, con un pecado que llevamos a cuestas, ¿podemos comprender la majestad de la Creación? Al entender que no podemos comprender, realizamos un inmenso acto de humildad, tan grande como el que profesamos cuando, durante la consagración desde hace dos milenios: “Domine meus et Deus meus”.