El domingo 17 de diciembre un temporal afectó buena parte de la Argentina. Vientos huracanados derrumbaron casas, volaron techos, tiraron árboles interrumpiendo los servicios esenciales. A la madrugada me vi en la necesidad de ir a la casa de mi madre y mientras trataba de llegar pude ser testigo de kilómetros de devastación. En otros lugares los daños materiales fueron acompañados de la perdida de vidas humanas.
Pero mientras viajaba me fue imposible no plantearme alguna explicación a lo que vivimos. ¿Podemos decir o pretender que fue un hecho aislado? ¿Una mera rabieta del clima?
No. No lo fue.
El domingo 10 de diciembre fuimos testigos de un acto de apostasía nacional. Mejor dicho, de otro acto más de apostasía. En un culto interreligioso, dónde en lugar de adorar al Dios del Universo, al Creador de los Cielos y la Tierra se invocó a Baal («Señor») se dio la espalda al único Dios verdadero. Hace tiempo ya que Dios fue expulsado de nuestras escuelas, persiguiendo y prohibiendo la oración; hemos expulsado a Dios de los edificios públicos, removiendo las imágenes; lo hemos expulsado de los actos de gobierno, alterando las fórmulas de juramento de los funcionarios y de los profesionales egresados. Expulsamos a Dios de nuestras casas y por supuesto, de los templos, hoy convertidos en panteones.
La tormenta fue un aviso. Fue un castigo, justo y merecido.
No os engañéis; de Dios nadie se burla. Lo que el hombre sembrare, eso cosechará. (Gal 6: 7)
En las sombras de la apostasía, nuestros corazones, una vez iluminados por la gracia divina, han caído en la penumbra del abandono celestial. Como hojas marchitas en un jardín olvidado, nuestra fe se desvanece, y el eco de la divinidad se desvanece en el silencio desgarrador. Las lágrimas del alma se confunden con la lluvia que cae sobre tierras yermas, testigos mudos de la desconexión con la divina misericordia.
Dice el profeta Isaías (40: 6-7):
Una voz dice: Grita.
Y yo respondo: ¿Qué he de gritar?
Toda carne es hierba,
y toda su gloria como flor de campo.
Sécase la hierva, marchítase la flor
Cuando se pasa sobre ellas el soplo de Yavé
Ciertamente hierba es pueblo.
Sécase la hierba, marchítase la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.
Elevemos nuestras plegarias a Dios, quien hizo los Cielos y la Tierra y quizás alcancemos el perdón y el auxilio del verdadero y único Mesías y Salvador, y así, la palabra que permanece para siempre sea la que vivifique el espíritu de nuestro pueblo.
«Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no quiso obedecer. Por eso los entregué a la obstinación de su corazón, y anduvieron según sus consejos.» – Salmo 81:11-12
El dios que se desprende de este texto parece un terrorista y no un Dios de amor. Deberías aclarar tus propios conceptos antes de seguir. Espero que esto no sea sino uno de tus exabruptos.
Sabias reflexiones que en tiempos de apostasía -como los que vivimos en la actualidad- son un aliento para seguir en el buen combate y en defensa de la FE católica.
Lo que el hombre se niega y reniega a escuchar es que tiene un Padre a quien servir y obedecer, un Padre que es Dios en su amor infinito y en sus castigos también. SOLI DEO.
Muchas gracias Eduardo, concuerdo contigo en todo.