Julio Meinvielle: un integrismo desfasado

Hace pocos días cayó en mis manos un artículo sobre el presbítero Julio Meinvielle. En este blog ustedes pueden acceder a otro que escribí sobre él y que se titula Julio Meinvielle: una forma de integrismo anacrónico. A diferencia de mi artículo, el que leí fue redactado por alguien que ensalzaba la imagen del párroco y lo colocaba a la altura de uno de los más grandes teólogos del siglo XX. Me gustaría desarrollar algunas ideas al respecto en las siguientes líneas.

Iberoamérica no fue, desde que se inició el proceso de romanización de la Iglesia (es decir, durante el último cuarto del siglo XIX) una región destacada por sus grandes teólogos. Antes bien, parece que ha ocurrido lo contrario, quizás por ello mismo, autores como Derisi, Castellani o Meinvielle sobresalen y generan una multitud de seguidores y discípulos. No obstante, es menester hacer diferencias, cuando menos desde el punto de vista intelectual. Octavio Derisi, a diferencia de los otros dos, era un persona del ambiente académico. Filósofo y teólogo de formación, se volcó en su producción intelectual al mundo universitario. Leonardo Castellani, también con formación académica (eso es algo que él nunca dejaba de repetir) pasó por muchos géneros, metiéndose en cuanta polémica pudo, pero jamás tuvo en los ambientes de los profesionales del intelecto más lugar que el de la curiosidad… y convengamos que ha sido autor de un par de obras interesantes: Su traducción del Apocalipsis es interesante, tanto por las fuentes que empleó para tal tarea, como por los comentarios y la inspiración de los mismos.1 Finalmente, Julio Meinvielle merece un comentario por separado: identificado con el nacionalismo católico, ha sido comúnmente acusado de fascista, neo-fscita e ideólogo del antisemitismo. Pero ¿Cómo era el Padre Julio (como solían llamarlo en la intimidad) en cuanto intelectual? Hemos de puntualizar algunos aspectos, que se notan tanto en su prosa, como en los testimonios dejados por quienes lo conocieron. En mi trabajo sostuve que era un integrista desfasado. Aquí no reproduciré el paper, no obstante quisiera abordar algunas cuestiones del estilo del presbítero argentino y su postura teológica particular. Me gustaría en el futuro poder dedicarle más entradas.

Comencemos por algo que no es obvio: Julio Meinvielle no pretendió nunca pasar por un filósofo. Su producción intelectual es muy diferente a la de Castellani o la de Derisi. En primer lugar Meinvielle fue un párroco, su obra intelectual no puede separarse de su labor pastoral y a mi entender, aquí es dónde encontramos el punto más importante de la mala interpretación del cura de Versailles. Para él, escribir formaba parte de su labor sacerdotal, no pretendía ser un teólogo, aún cuando se entregara al estudio profundo de ciertos temas. Tampoco hacía escarnio de sus opositores, se limitaba a exponer lo que decían las cuatro fuentes a las que solía recurrir en todos sus escritos:

  1. El Magisterio de los Papas.
  2. Los doctores neo-tomistas
  3. la Tradición
  4. La Sagrada Escritura

Como ya señalé, el Padre Meinvielle a diferencia de Castellani no desea pasar por un intelectual, tampoco trató a sus oponentes como estúpidos, llamó a los centros de formación sacerdotal (por más que lo escandalizaran) “semiasnarios” y menos aún se burló de sus superiores.2 No, él se limitó a hacer de la Aeterni Patris una regla de vida. Al Padre Meinvielle No le importaba quedar marginado de los centros académicos ni intelectuales (cosa que si escandalizaba al díscolo jesuita) y conocía muy bien sus límites. De allí que en más de una oportunidad sobredimensionó el apoyo de la correspondencia con grandes intelectuales como prueba de que estaba en lo cierto. ¿Un ejemplo? El libro Correspondance avec le R.P. Garrigou-Larange a propos de Lamennais et Maritain de 1947.

Volvamos a las fuentes y citas. El orden es tan interesante como lógico para un sacerdote que se define como tomista: la Biblia es interpretada de manera auténtica por el Magisterio, que refleja a su vez la Doctrina del Doctor Angélico explicada por sus inérpretes legítimos, quien bebe de las fuentes de la Escritura y los Padres de la Iglesia. Meinvielle parece no perder tiempo inmiscuyéndose en quaestiones disputatae y si lo hace, lejos está de creerse portador de algún tipo de autoridad magisterial. Él se apoya en el Magisterio, los doctores tomistas, la tradición y finalmente la Escritura.

Otra cuestión muy interesante en Meinvielle es que apenas si escribió sobre su vida y su paso por el seminario. Habló, es cierto, ante intelectuales, pero también a los grupos juveniles de dónde reclutaba vocaciones.3 Al igual que varios años después en Estados Unidos hiciera Thomas Oden desde la paleoortodoxia, Meinvielle repite que se debe volver a las fuentes de la doctrina para responder a los problemas del presente. El problema radica en que, para Meinvielle, la fuente doctrinal está en el Magisterio, no en la Biblia. Hijo del modelo tridentino más craso, interpreta que la Tradición es anterior a la Escritura en cuanto a importancia. El Padre Julio Meinvielle en toda su obra, desde su primer libro Concepción católica de la política está cruzado por la propuesta de San Pío X “Instaurare omnia in Christo”: No deben buscarse en los últimos giros de la filosofía ni en los autores modernos las respuestas a un mundo en crisis, ni tampoco poner las esperanzas en ninguna forma de organización política. El hombre debe volver sus ojos al primer principio, Dios y a las fuentes de la revelación, que el catolicismo ha custodiado.4

Otra característica de la obra de Meinvielle es que la misma es a la vez orgánica, pero desordenada. Quien observa los títulos de los libros y realiza una lectura a vuelo de pájaro encontrará que los temas que toca son siempre los mismos: la teología y la política, o mejor dicho, la política desde la teología. En efecto, como neotomista pretendía reestructurar todos los saberes y prácticas dentro de la escuela del Angélico. Meinvielle hará de la Aeterni Patris un catecismo y una regla de conducta. Meinvielle evitará muchos problemas llegando a esconder su voz tras definiciones del Magisterio, a veces copiando largas citas del Enchiridion Symbolorum, que manejaba con destreza. Cada vez que debe recurrir a una cita de los Papas o Concilios, aparece la referencia al “Dezinger”, como se conoce también a esa compilación de documentos.

Dijimos que la obra de Meinvielle se presenta como orgánica, pero ¿Dónde estaría entonces el desorden? En la forma de escribir. Algunos de sus discípulos disculpan lo enrevesado de su lenguaje en que para entender a Meinvielle hace falta estar imbuido en el tomismo más estricto.5 Sin embargo, Meinvielle es un autor de escritura árida y poco elegante. Se limita a exponer sus tesis y sostenerlas con el magisterio, porciones de la escritura y largas citas o paráfrasis de Santo Tomás de Aquino. No obstante, a medida que leemos las obras de Meinvielle notamos una serie de características comunes: algunos de sus textos no parecen haber sido corregidos por el autor, muchos de sus libros en realidad no tienen la coherencia de tal tipo de obra, más bien se trataba (según los mismos discípulos y seguidores del párroco) de conferencias o charlas que alguien taquigrafiaba, pasaba a máquina y luego Meinvielle reunía (tras alguna lectura y complementar con las referencias correctas) y entregaba a una editorial que muchas veces se creaba con el único fin de publicarle los libros. Es suficiente con repasar los nombres de algunas de ellas: El trabajo ¿Qué saldrá de la España que sangra? Fue publicado por la “Asociación de los Jóvenes de la Acción Católica” en 1937, contaba con 87 páginas y fue una de las primeras ediciones de esa casa; su primera obra (Concepción católica de la política) fue impresa por Cursos de Cultura Católica; Hacia la cristiandad salió a la luz por una editorial llamada “Adsum”, que también parece haber editado el opúsculo El judío, luego reimpreso por otra editorial sui generis Gladium… Otra curiosidad de las obras de Meinvielle es la repetición. Eso se debía a que muchas veces sus discípulos y seguidores tomaban algunas obras y las reeditaban, agregando nuevos capítulos con un título nuevo. En el citado El judío, de 1937, que contó con seis ediciones, un nuevo título y alteraciones en el orden de los capítulos, pasó a ser conocida con el nombre de la tercera edición: El judío en el misterio de la historia.

¿Es un autor sencillo de leer? Claro que no, pero la complejidad de Meinvielle no radica en su “tomismo”, sino en su estilo y en el hecho de que tampoco pensaba como escritor. Meinvielle plasmaba en sus escritos lo que tenía en su cabeza, su primer debate con Jacques Maritain demuestra la incompatibilidad paralingüistica, que llevará al Padre Julio a escarbar en las obras del filósofo francés para encontrar la raíz de sus modernos errores. ¿Es un autor ortodoxo? Sin lugar a dudas refleja parte del pensamiento de la Iglesia Católica Romana de entreguerras, y con eso no estamos diciendo demasiado, lo sé. Nada más amplio hubo que ese abanico de ideas que iban desde el integrismo decimonónico, con aspiraciones a reconstituir una sociedad que ya había desaparecido, hasta el maurrasianismo de la Acción Francesa o los “fascismos católicos” que algunos intentaron (e intentan, tristemente hoy) forjar y unir. Meinvielle no era un fascista, tampoco era maurrasiano. Las razones que daba el magisterio (que comparaba y confrontaba con las otras tres fuentes) le parecían suficiente para rechazarlo. No, él fijaba sus ojos en aquel integrismo que pretendía una visión de la Iglesia que ya había desaparecido, una Iglesia decimonónica, más real en los manuales de historia de la Iglesia que en la realidad, donde bajo el amparo de la voz de Roma barriera a los errores modernos y sometiera a los díscolos y erróneos sacerdotes, obispos y cardenales que llevaban a la Iglesia a Babilonia.

Lamentablemente eso no ocurrió y él murió muy pronto como para comprobarlo.

Para acceder a mi artículo sobre Julio Meinvielle y su obra, puede hacer click aquí.


Notas

1Me pregunto ¿Habrá leído el Padre Leonardo Castellani Daniel and the Revelation, the Responde of History to the Voice of Prophecy de Uriah Smith, hay importantes puntos que así lo demuestran.

2Castellani, Leonardo, Seis ensayos y tres cartas, Buenos Aires, Dictio, 1973, p., 198.

3Ruiz Freites VE, Arturo, “Padre Julio Meinvielle (1905-1973). Notas biográficas”, en Diálogo, revista del IVE, n° 42-43, 2006.

4Meinvielle, Julio, Concepción católica de la política, Buenos Aires, Theoría, 1961, p., 8. La edición original es de 1932. La citada es la tercera, que además del libro original contiene una serie de apéndices sobre Charles Maurras.

5Buela, Carlos IVE, “Prólogo”, en Meinvielle, Julio, El Progresismo Cristiano, Cruz y Fierro, Buenos Aires, 1983.

La muerte de Iván Illich

Ayer 20 de febrero se cumplieron tres años de la muerte de mi padre. Precisamente ayer volví a leer uno de los mejores libros escritos que pasaron por mis manos: La muerte de Iván Illich. Puede descargar una buena edición electrónica haciendo click aquí.

Recuerdo que tenía 19 años cuando cayó en mis manos una edición barata de Lev Tolstoi (era tan barata que en la portada habían traducido el nombre como León Nicolás Tolstoy… por Lev Nikolaevich Tolstoi), que era una edición falsa, se notaba que era poco más que una fotocopia. Me asombró que el libro no tenía más que 90 páginas, lo compré y lo fui a leer a la “25 de mayo”. Quienes conozcan la ciudad de San Miguel, se ubicarán. Nunca había leído una obra de ficción que pudiera calificarse como realmente cristiana. De hecho, ese libro de Tolstoi me transformó y sigue haciéndolo hasta el día de hoy, como todas las obras de este genio ruso (como también Gógol y Dostoyevski) que están en mi biblioteca.

La historia trata de la vida y muerte del protagonista, una figura común y corriente (lo que en literatura inglesa se llama “everyman”) . La vida de Iván, nos dice el narrador, fue “la más ordinaria y, por lo tanto, la más terrible”. La representación de los valores superficiales por los que vive la sociedad de Iván (y por los cuales Iván vive hasta que un accidente que lo cambia la vida lo impulsa hacia la muerte) es un espejo de la sociedad moderna, a la cual acusa sin miramientos, pero también evitando los lugares comunes y la violencia decadente que vemos en sermones o escritos pseudos-teológicos de “pensadores tradicionales”.

Carl G. Jung: El hombre y sus símbolos

El 8 de febrero de este año estábamos con Lily en Santa Clara del Mar, para quienes no conocen es una ciudad balnearia a sólo dieciocho kilómetros de Mar del Plata, dentro del municipio de Mar Chiquita. En la Avenida Acapulco hay dos librerías en las que es posible hacerse de tesoros a muy bajo precio. Ese día, por la noche, entramos a “Alfonsina libros” y este año compré El hombre y sus símbolos de Carl Gustav Jung. Se trata de la edición de la Biblioteca Universal Contemporánea de 1984… es obvio que estamos ante una reimpresión.

El libro es en realidad una compilación que cuenta con una introducción de John Freeman en la que se relata el origen del mismo y como se delineó el trabajo y cuál era el objetivo original del mismo. Está dividido en cuatro secciones, cada una a cargo de un autor diferente: la primera corresponde a Jung y se titula “Acercamiento al inconsciente”, la segunda “Los mitos antiguos y el hombre moderno” por Joseph Henderson; la tercera parte fue escrita por Marie-Louise von Franz, “El proceso de individuación”; el cuarto capítulo de Aniela Jaffé se llama “El simbolismo en las artes visuales” y el quinto, “Símbolos en un análisis individual”, por Jolande Jacobi. La conclusión es de Marie-Louise von Franz (“La ciencia y el inconsciente”).

Esta obra, publicada por primera vez en 1964, es el último trabajo de Jung, ya que murió poco después de terminar su escrito y revisar las otras colaboraciones en 1961.

Se trata de un libro imperdible y de una riqueza conceptual única, con una sencillez que merece ser imitada por quienes pretenden tratar estos mismos temas. Si desea descargar el libro, haga click aquí y podrá acceder a una versión en PDF.

Escribir tranquilo

Desde hace mucho que estoy sintiendo el “bloqueo”. Si bien es cierto que en los últimos meses pude terminar algunos papers, no son lo mismo que antes, y tampoco mi actividad de blogger es la de antes. Comencé en el año 2008 y estaba lleno de trabajo, realizaba mis investigaciones como historiador, salía y me divertía con mis amigos, aprendía latín y estudiaba hebreo, cursaba seminarios de postgrado y aún me quedaba tiempo suficiente para escribir a veces largos post para mi viejo blog (hoy resguardado por mis antiguos colaboradores).

¿A qué se debe? ¿Al trabajo? ¿La familia? No lo creo. Tampoco lo sé. Sólo sé que a veces me siento delante de mi Notebook, abro LibreOffice Writer (uso Linux como único sistema operativo desde hace poco más de un año) y me quedo allí, mirando la pantalla en blanco.

Escribir un blog no era un simple pasatiempo. Me ayudó a crecer como intelectual: aprendí muchísimo de historia, porque tuve que investigar para mis post. Aprendí Latín, aprendí de Liturgia, de simbología, de mitología comparada, tuve que pasar mucho tiempo en bibliotecas tomando notas para luego elaborar mis apuntes, que a veces se veían reflejados en un post. Algunos de mis post sirvieron luego como puntapié para algún paper, alguna ponencia en algún congreso e incluso alguna charla o clase. Sentarme a escribir era una rutina, todos los día, por lo menos media página, por lo menos quinientas palabras tenían que salir. Algunas veces costaba más y entonces me limitaba a comentar algún artículo que había encontrado en otro sitio, el cual, por honestidad intelectual enlazaba desde mi blog; otras escribía hasta dos o tres post por día… y entonces “programaba” las entradas para que salieran a lo largo de una o dos semanas… había tomado el tiempo para que los lectores llegaran, comentara y luego volvieran por más.

Todavía vivía con mis padres cuando comencé con mi blog, y a veces mi padre se levantaba a la madrugada, a caminar un poco, nebulizarse, ahogado por la enfermedad que lo fue consumiendo y se quedaba sentado cerca, viendo como yo escribía y consultaba mis fichas, mis cuadernos… mis notas y alguna vez se allegó con una taza de café. Mi padre no entendía muy bien mis aficiones intelectuales, pero las respetaba y las alentaba.

Estando él internado, poco antes de que lo desahuciaran, a veces se despertaba en la clínica, de madrugada, y me veía escribir: era mi tesis, era algún ensayo o incluso un post. Sonreía y me repetía “escribí tranquilo”.

Eso es lo que trato de hacer. Eso es lo que quiero volver a hacer.

John Rawls y el aspecto espiritual del universo

Portada de la edición de Paidós, traducida por Ferran Meler-Ortí

Aproveché estas vacaciones para leer uno de mis libros pendientes: John Rawls. Consideraciones sobre el significado del pecado y la fe. Sobre mi religión, textos compilados por Thomas Nagel y editado por Paidós. Se trata de la tesis de licenciatura presentada en la Universidad de Princeton en diciembre de 1942, y de un breve texto (Sobre mi religión) en el que presenta la evolución de sus ideas religiosas.

La tesis de licenciatura de Rawls es, por demás interesante, y me gustaría en varios posteos tratar algunos de los aspectos que,a mi entender, permitirían una reflexión sobre la hermenéutica de la fe. En ella, el autor re-define el pecado desde una perspectiva social, en otras palabras, para Rawls la teología no entiende ya de la relación entre Dios y el Hombre, sino entre Dios y la sociedad, o mejor aún, entre Dios y las personas, porque, como explica, una persona no es un individuo. EN este sentido, la tesis es un verdadero desafío a las disciplinas que se derivan de la Teología: la eclesiología, la política y la sociología.

Me gustaría citar lo que él llama su propia “concepción del universo”:

El universo en su aspecto espiritual es una comunidad de personas que glorifican a Dios y están relacionadas con él. Por lo que podemos decir que Dios creó al mundo para establecer una comunidad así y que el fin hacia el que se dirige la creación es, precisamente, la formación de esa comunidad. El hombre pertenece a esa comunidad por el hecho de ser persona y la pertenencia a dicha comunidad es lo que distingue al hombre y lo que le separa y diferencia de las criaturas de la naturaleza. (p., 129)