Esta mañana, temprano, mientras estaba caminando me enteré de la muerte de Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI. Cuando leí el mensaje de mi esposa quedé un minuto en silencio, con el teléfono en la mano tratando de pensar con claridad. No puedo (por el tiempo) desarrollar aquí todas mis enormes diferencias con la hermenéutica de la fe entre Ratzinger y lo que yo creo; no es este el post (me parece) para tildarlo como un heterodoxo y modernista. No obstante, quisiera destacar que con él desaparece una forma de trabajar y entender la teología y la historia. Ratzinger fue el último teólogo, el último intelectual con una impresionante capacidad de síntesis de la teología de la historia; un hombre con una cultura enorme, con un conocimiento exegético que no se repetirá y que nadie, por más que se encuentre en las antípodas de sus posiciones religiosas puede negar.
La Nouvelle Théologie fue el último intento de elevar el pensamiento y de construir una síntesis teológica para el cristianismo partiendo desde las fuentes, basada en la reflexión y haciendo preguntas, muchas veces incómodas. Joseph Ratzinger fue el último representante de aquella corriente. Fue el último teólogo católico. Después de él, sólo queda el desierto intelectual que hoy personifica Jorge Mario Bergoglio.