Textos sagrados y textos inspirados y el lugar de la liturgias

Ícono de San Juan Crisóstomo. San Pablo le susurra al oído mientras escribe.

El proceso de modernización que se vivió en las iglesias cristianas desde la segunda mitad del siglo XX ha llevado a una puesta en discusión sobre el valor y el significado de los textos sagrados en las comunidades religiosas. No obstante, el concepto de “texto sagrado” es demasiado amplio y ha dado lugar a equívocos y confusiones cuyas consecuencias pueden ser peligrosas para la preservación de las mismas comunidades. En el presente trabajo intentaremos realizar una aproximación conceptual que nos permita diferenciar y distinguir entre textos “sagrados” e “inspirados”, y por consiguiente comprender a qué categoría corresponden los credos y las liturgias.

¿Cuándo un texto se considera “inspirado”? ¿Es lo mismo un texto “inspirado” que un texto “sagrado”? ¿Es la liturgia un texto sagrado? ¿Es la liturgia “inspirada”? ¿El contener textos “inspirados” vuelve a la liturgia en sí misma “inspirada”?

Hay un factor que se suele dejar de lado pero que no es menor y que quisiera traer aquí: la comunidad de los creyentes. Esta es fundamental al momento de definir y catalogar si un texto es inspirado, sagrado o profano.1 ¿Qué es la comunidad de los creyentes? El concepto está tomado de la Umma islámica (امة), la comunidad de creyentes en el Islam, la cual implica una superación de todo lazo de unión: parentesco, económico, social, e incluso territorial por otro más amplio: la fe revelada a Mahoma.2 Por otra parte, tenemos el concepto de christianitas, el cual surge con fuerza en la Antigüedad Tardía y fue sumando conceptos religiosos y socio-políticos comunes en el mundo greco-romano.3 El Antiguo Israel fue la primera comunidad de los creyentes, producto de una largo trabajo de aceptación y rechazo de textos, de reconocimientos, de usos de la memoria y del olvido, de tradiciones aceptadas y otras rechazadas.4

La comunidad de los creyentes no es una sociedad anárquica, siempre existe en ella una aristocracia (clérigos, ministros, imanes, ulemas, rabinos) cuyo objetivo es la interpretación y la preservación de los textos sagrados e inspirados. En última instancia, es esa misma aristocracia la que conforma el canon.

En primer lugar un texto es inspirado cuando su autor último es la misma Divinidad o un ser sobrenatural, quien por medio de su poder “inspira” y “revela” moviendo al autor humano a la redacción. Los ejemplos más claros son la Biblia o el Corán. Diferente es la situación de un texto canalizado: se considera que un texto es canalizado cuando la divinidad no es el autor último, sino el primero y el único, correspondiéndole al hombre ser simplemente un medio por el cual las deidades se expresaron: así el hombre no cumple más función que la de una pluma al momento de escribir. Ejemplos de esto son La verdadera vida en Dios deVassula Rydén, el Libro de Urantia, Conversaciones con Dios de Neale Donald Walsch, o Un curso de milagros por Helen Schucman.

Me parece muy importante destacar que en la tradición judeo-cristiana los textos canónicos no fueron canalizaciones, aún cuando existieran casos antiguos y conocidos, como por ejemplo el Atra-Hasis.5

Por otra parte, el concepto de “texto sagrado” es mucho más amplio, siendo el “texto inspirado” un tipo particular. Un texto se considera sagrado cuando la comunidad de los creyentes ha declarado que no es “profano”, no es común, está separado, expresa la divinidad y sus atributos y puede ser o no una revelación o una construcción histórica de la misma comunidad de los creyentes.

Los credos y las liturgias ocuparían el otro extremo de los textos sagrados, que no son inspirados ni revelados. Los credos son declaraciones sintéticas de fe originadas en la comunidad de creyentes, no son textos revelados, sino que, basándose en la revelación, se originan y se codifican. Las liturgias (o mejor dicho, los textos litúrgicos) son codificaciones de rituales por medio de los cuales los creyentes participan en la manifestación de lo sagrado.6

Los credos pueden ampliarse y corregirse, pero su característica es tanto el uso litúrgico como el principio de inmutabilidad, llega un momento en el que la misma comunidad de los creyentes sostiene que no puede ser alterado ni modificado, un ejemplo de ello es el Credo de Nicea, que fue ampliado por el Concilio de Constantinopla, dando lugar al Credo Niceno-Constantinopolitano.7 En el protestantismo además de los credos existen las “confesiones de fe”, que son más extensas y no tienen uso litúrgico: La Confesión de Augsburgo, los 39 Artículos de Religión o la Confesión de Fe de Westminster. Estas son declaraciones históricas que marcan la identidad teológica de una iglesia, pero que pueden ser ampliados o modificados por confesiones, acuerdos o situaciones históricas posteriores. Mientras que los credos son infalibles, las confesiones de fe protestantes no reclaman esa característica.

Existen ciertas particularidades que señalan la especificidad de los textos inspirados de los demás textos sagrados, especialmente de los litúrgicos. Los textos inspirados o revelados ocurren “de una vez y para siempre”, la revelación no puede ser cambiada ni corregida por la comunidad de los creyentes, cuyo único deber será la transmisión de la misma. Las lenguas en las cuales la revelación tuvo lugar son llamadas, correctamente, “lenguas sagradas”: para el judaísmo es el hebreo y el arameo, para el cristianismo es el griego y para el islam el árabe.8 Los textos inspirados pueden traducirse y divulgarse, y se considera que, expresados en su lengua original son en sí mismos infalibles. Existen también las “lenguas litúrgicas”, que son aquellos idiomas en los cuales, la comunidad de los creyentes codificó y preservó los ritos sagrados por los cuales se manifiesta la Deidad y su poder, participando así los fieles. Las lengua litúrgicas tienen la característica de que son inmutables, están “muertas” y por consiguiente no son susceptibles al cambio. De esta forma, los ritos pueden preservarse para su transmisión de generación en generación.

El valor de la liturgia no está dado por su antigüedad, aunque ese es un factor importante, sino en que ella, efectivamente permite la hierofanía, la manifestación de lo sagrado y la participación de la comunidad de los creyentes, bien como actores, bien como testigos. De allí que para las iglesias cristianas “sacramentales” es menester contar con ministros “válidos” para que los ritos litúrgicos surtan efectos: así la Misa o Divina Liturgia sólo pueden celebrarla sacerdotes u obispos, pero la ordenación queda a manos de estos últimos de forma exclusiva.

La liturgia es en sí misma sagrada, pero no es inspirada. La comunidad de los creyentes la desarrolló y tiene el derecho de corregirla, ampliarla o reducirla sin afectar sus características intrínsecas. Si un texto inspirado no tiene como autor último a la Deidad no es inspirado. Será sagrado porque así lo consideró la comunidad de los creyentes, pero nunca inspirado.


Notas

1Creo conveniente recordar que, desde mi opinión, la precisión conceptual es absoluta y totalmente necesaria al discutir ciertos temas como son las disciplinas académicas y científicas. Es un tema que quizás, en un futuro trabajo desarrollaré.

2Benmelha, Ghautí, Intento de definición del concepto de “umma” y de su aplicación en el contexto argelino, Madrid, Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, 1983.

3Hubeñak, Florencio, “Christianitas : ¿un vocablo o un período histórico?”, Helmántica. 2009, 60 (181), p., 108.

4Amado, Raúl, “La conformación de la unidad Judá-Benjamín”, en La Construcción del Antiguo Israel. La conformación de la primera hermenéutica de la Historia, EAE, 2012, p., 49-67.

5Wilfred, Lambert, y Millard, Alan, Atrahasis: The Babylonian Story of the Flood, Eisenbrauns, Londres, 1999.

6Eliade, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Cristiandad, Madrid 2000.

7Amado, Raúl, “La cláusula Filioque: consideraciones sobre su teología y su traducción”, 2002: https://www.academia.edu/82904446/La_cl%C3%A1usula_Filioque_consideraciones_sobre_su_teolog%C3%ADa_y_su_traducci%C3%B3n

8Guenon, René, “A propósito de las lenguas sagradas”, en Esoterismo cristiano, Barcelona, Obelisco, 2003.

El Concilio del Calcedonia y su semántica

La cuestión semántica se volvió un τόπος a la hora de presentar el conflicto que se suscitó en el Concilio de Calcedonia (451) y que llevó al cisma de los miafisistas (de μία φύσις), por lo tanto implicó el primer gran cisma de la Pentarquía.[1] A esto se suma la acusación de “monofisistas” a las Iglesias Ortodoxas Orientales: la Iglesia Ortodoxa Etíope Tewahedo, la Iglesia Ortodoxa Eritrea Tewahedo, la Iglesia Copta de Alejandría, la Iglesia Ortodoxa Siríaca y la Iglesia Apostólica Armenia.

Si bien es cierto que los miafisistas no son monofistas (cuestión que merece ser estudiada con más detalle), tampoco puede decirse que las diferencias cristológicas son inexistentes y todo se redujo a un problema de μετάφραση, de traducción. Esta opinión, verbigracia la encontramos en la Agreed Statement by the Anglican – Oriental Orthodox International Commission de 2014. En este documento podemos leer:

The term ‘monophysite’, which has been falsely used to describe the Christology of the Oriental Orthodox Churches, is both misleading and offensive as it implies Eutychianism. Anglicans, together with the wider oikumene, use the accurate term ‘miaphysite’ to refer to the Cyrilline teaching of the family of Oriental Orthodox Churches, and furthermore call each of these Churches by their official title of «Oriental Orthodox». The teaching of this family confesses not a single nature but one incarnate united divine-human nature of the Word of God. To say «a single nature» would be to imply that the human nature was absorbed in his divinity, as was taught by Eutyches.[2]

Ante esto conviene recordar la intervención de 1964 del teólogo Georges Florovsky durante la discusión de la ponencia de John Meyendorff “Chalcedonians and Monophysites After Chalcedon”[3]:

No creo que nuestra separación [con las iglesias no calcedonias] se deba solo a malentendidos históricos sobre los términos physis, hypostasis, ousia, prosopon, etc. Estos términos adquirieron un sentido definido en el esfuerzo de toda la Iglesia indivisa por expresar la única verdad de la revelación de Dios. Usaron el idioma griego. Bueno, el griego es el idioma del Nuevo Testamento. Todo en el cristianismo primitivo es griego. Todos somos griegos en nuestro pensamiento como cristianos. Esto no se entiende en un sentido nacionalista estricto, sino como parte de nuestro trasfondo espiritual e intelectual común. Los Padres [de la Iglesia] elaboraron una interpretación de la que simplemente no podemos escapar. Tuvieron que vestir el evento de la revelación con un lenguaje y categorías comprensibles. La dificultad estuvo ahí desde el principio, para comprender plenamente estas categorías e interpretarlas plenamente en el ámbito de la soteriología y la antropología. La dificultad especial fue realmente interpretar la «hipóstasis» con respecto a la unión de las dos naturalezas. El Concilio de Calcedonia enfatiza el atreptos [lit. sin cambios]. Esto implica que en una hipóstasis del Logos Encarnado la humanidad estaba presente en su plenitud absoluta –teleios anthropos , aunque era la propia humanidad del Logos. El término physis se emplea en la definición de Calcedonia precisamente con el propósito de enfatizar esta «integridad». De hecho atreptos y teleios anthropos pertenecen indivisiblemente juntos.


Notas:

[1] Al respecto ver Acerbi, Silvia, “La Pentarquía: una “praxis sin teoría” en la política eclesiástica y jurisdiccional del Oriente cristiano tardoantiguo”, Politeia, 2(8), 4.

[2] «Agreed Statement by the Anglican-Oriental Orthodox International Commission», Holy Etchmiadzin, Armenia 5–10 de noviembre 2002, revisado en El Cairo, Egipto, 13–17 octubre de 2014.

[3] Meyendorff, John, ” Chalcedonians and Monophysites after Chalcedon.” The Greek Orthodox Theological Review, 10, 1964, p., 16-30.

La cláusula Filioque: consideraciones sobre su teología y su traducción

Nota: el post original fue revisado y ampliado, convirtiéndolo en un artículo académico (Fuentes ortodoxas, teología y filología, 2002). invito a los lectores a corroboar todas las referencias, citas y comprobar lo que haya o no de erróneo en el mismo. He decidido mantener los comentarios, aún cuando los mismos muchas veces estaban basados en prácticas retóricas insinceras o en un desconocimiento de las fuentes documentales, la historia del conflicto o (lo que debería ser primordial) de las lenguas originales, como el griego y el latín. El texto es accesible desde Academia.edu. A continuación el Abstract y el enlace de lectura y descarga.

Abstract

Las aproximaciones a las diferencias entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa señala siempre, como punto fundamental de conflicto la “cláusula filioque”, es decir, la afirmación en insertada en el Credo Niceno-Constantinopolitano de que el Espíritu Santo procede del padre y del hijo (“…Filioque procedit“). Esta interpolación apareció de forma explícita en el III Concilio de Toledo (589) y no se incorporó al uso litúrgico romano occidental hasta el año 1014, por presión de los teólogos carolingios, aún contra los deseos de los pontífices romanos.

En el presente artículo se explora si la cláusula “Filioque procedit” tiene o no base escriturística en primer lugar o si la misma implica una alteración en las relaciones de intra-trinitarias; se analizará cómo la misma se impuso en occidente, y las razones teológicas para su rechazo en oriente, principalmente a causa de los problemas de traducción al griego de la misma, así como el hecho de que la misma violaba los cánones conciliares de Éfeso.

Para acceder al artículo completo puede hacer click aquí.