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La Reconstrucción del Mundo como Sacramento: 2. Ontología de la Creación

Toda la teología de San Buenaventura se levanta sobre un principio radicalmente premoderno y antimoderno a la vez: la creación no es autónoma, ni cerrada, ni neutra. Cada criatura es un signo, una transparencia, una participación. El cosmos no es un objeto: es un espejo.

Este artículo explora la ontología bonaventuriana de la creación, en la que el vestigio (vestigium) y la imagen (imago) lejos de ser simples categorías, son llaves para comprender el ser mismo de todas las cosas.

I. Todo lo creado es signo: La estructura simbólica del mundo

Para San Buenaventura, la creación entera posee una estructura sacramental. Cada cosa creada es un vestigio que remite al Creador. El universo es un libro abierto, donde cada criatura lleva inscrita una huella del Verbo.

“Todo el universo sensible es un libro escrito por el dedo de Dios”
(Collationes in Hexaëmeron, XXIII, 13).

Este no es un símbolo arbitrario, sino una estructura ontológica: las cosas son lo que significan. No existe una “naturaleza pura” separada de la referencia a Dios. Todo ser es participación; todo existir es irradiar al Ser.

Frente al mundo moderno, que cosifica la naturaleza como “materia disponible”, San Buenaventura nos recuerda que el ser mismo de las cosas es su transparencia al Misterio.

II. Vestigio e Imagen: Dos niveles de participación

Bonaventura distingue entre dos modos fundamentales de participación:

  1. Vestigium (vestigio):
    Presente en todas las criaturas, incluso las inanimadas. Todo ser creado manifiesta la bondad, el poder y la sabiduría de Dios en cierto grado.
    Cada criatura remite al Creador como su causa, ejemplar y fin último.
  2. Imago (imagen):
    Presente únicamente en el hombre, creado “a imagen y semejanza de Dios”.
    El alma racional no solo remite a Dios como su causa, sino que es capaz de reflejar activamente su luz mediante el conocimiento, la libertad y el amor.

“La criatura es vestigio por ser obra de Dios, pero el alma humana es también imagen por la capacidad de conocer y amar al Creador”
(Itinerarium mentis in Deum, II, 1).

Esta jerarquía de participación establece un orden en la creación: cada cosa ocupa su lugar como signo dentro del gran coro cósmico, y el hombre es el sacerdote del mundo, llamado a devolver toda la creación a Dios mediante la contemplación y la alabanza.

III. Contra el olvido moderno: La rebelión del hombre sin imagen

El drama del mundo moderno, desde la perspectiva bonaventuriana, consiste en el rechazo de esta estructura participativa.

El hombre moderno niega que las cosas tengan un sentido inscrito en su ser. Rechaza la imagen y el vestigio, y se erige como único dador de significado. Así, destruye el cosmos simbólico y lo reemplaza por un mundo desnudo de sentido. Esta es la raíz profunda de la crisis contemporánea: el olvido del hombre como imago Dei y del mundo como vestigium Creatoris.

Sin este orden participativo, el hombre cae en la voluntad de poder, el utilitarismo y la tecnocracia. La naturaleza se convierte en “recurso”. El cuerpo, en herramienta. El otro, en medio o amenaza.

IV. Recuperar el mundo como sacramento: Urgencia teológica

La teología de San Buenaventura ofrece, hoy más que nunca, un camino de restauración. No como nostalgia, sino como resistencia activa al nihilismo.

Recuperar la distinción entre vestigio e imagen es recuperar el orden del cosmos como templo. Es volver a ver el mundo como una liturgia cósmica, donde cada criatura canta su alabanza al Creador, y donde el hombre cumple su vocación de mediador entre el cielo y la tierra.

La alternativa es clara: o el mundo es sacramento, o es mercancía.


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