Boyaryna Morozova

La imagen que presento es una obra monumental del pintor ruso Vasili Súrikov, titulada “La boyarina Morózova” (Boyarynya Morozova, 1884–1887). Se conserva en la Galería Tretiakov de Moscú, y no es exagerado decir que constituye un hito de la pintura histórica rusa, tanto por su fuerza dramática como por su carga teológica, social y espiritual.

La mujer que alza el brazo en el centro del cuadro (vestida con un severo hábito negro) es Feodosia Prokófievna Morózova, conocida como la boyarina Morózova, una figura real y profundamente trágica del siglo XVII. Pertenecía a la nobleza moscovita y fue una ferviente defensora del Viejo Ritualismo (o Raskol, el cisma de los staroobryadtsy), oponiéndose a las reformas litúrgicas impuestas por el patriarca Nikon bajo el reinado del zar Alejo I.

Morózova fue arrestada, torturada y finalmente conducida al exilio (tal como la muestra esta escena) por negarse a renegar de su fe. El gesto de su mano, con dos dedos alzados, es un acto de confesión silenciosa pero elocuente: la antigua manera de persignarse, y por ende, una declaración pública de lealtad a la tradición litúrgica perseguida.

Súrikov, fiel al realismo histórico, coloca a Morózova en una sencilla carreta de madera, arrastrada por caballos a través de una calle nevada. A su alrededor, una muchedumbre variopinta: algunos se burlan, otros la contemplan con compasión, otros con asombro o temor. En la esquina inferior derecha, un hombre arrodillado parece bendecirla, como si viera en ella a una santa mártir. Observe también (a la derecha) el icono colgado sobre la entrada de una casa, recordándonos que la disputa era, en última instancia, una batalla por el alma del culto.

En el silencio de la nieve, esta escena grita. Grita la fidelidad, la resistencia y el testimonio. La boyarina no porta armas, ni argumenta, ni discute. Se limita a mostrar con su mano lo que su alma sostiene. Y en ese gesto se condensa el drama de toda una Iglesia desgarrada por la tensión entre tradición y reforma.

Hay en ella algo de María al pie de la cruz: callada, firme, inexplicablemente luminosa. Y también algo del profeta Elías: solitaria, imperturbable, extrañamente victoriosa. Porque aunque fuera conducida al martirio físico, su gesto quedó para siempre en la memoria del pueblo.

Fides non quaerit rationem, sed perseverantiam.

La siguiente es una capilla levantada sobre el lugar donde ella, como los cristianos primitivos, vertió su sangre por amor a Cristo.


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