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El origen de la obra de arte: Heidegger y la revelación participada del ser

Last updated on 11 noviembre, 2025

Durante la última Noche de los Museos, mientras explicaba ante el público un cuadro, una visitante (atenta, quizá algo impaciente) me interrumpió con una pregunta tan antigua como inagotable:

“¿Y qué es el arte?”

El tono fue desafiante, pero la pregunta era legítima. No respondí con una definición técnica ni con un lugar común. Recordé entonces a Martin Heidegger, y dije:

“El arte es el lugar donde acontece la verdad del ser.”

Aquel instante quedó resonando mucho después. No porque mi respuesta fuese suficiente, sino porque revelaba que en cada mirada, en cada obra y en cada intento de nombrar lo bello, sigue latiendo esa búsqueda por el origen. De allí nace este texto: un intento de recuperar, desde la teología radical y la filosofía del misterio, el sentido profundo de El origen de la obra de arte de Heidegger.

Martin Heidegger pronunció su conferencia Der Ursprung des Kunstwerkes en 1935. En ella, el filósofo alemán se pregunta por el origen del arte, y al hacerlo desplaza toda la discusión estética hacia una ontología de la verdad. El arte, dice, no es un objeto ni un producto de la subjetividad: es un acontecimiento donde la verdad del ser se pone en obra.

Pero leído desde la sensibilidad de la Radical Orthodoxy (esa corriente que devuelve la metafísica a su raíz teológica), el pensamiento heideggeriano puede verse como un umbral: un eco secular de la tradición cristiana que entiende el arte como participación en el Ser divino. La obra no “muestra” lo real: lo deja ser, y en ese dejar ser, lo consagra.

Del ser como desocultamiento al ser como don

En Heidegger, la verdad es aletheia: desocultamiento. En la Radical Orthodoxy, esa aletheia se traduce como gratia: el ser no solo se revela, sino que se entrega. Todo lo que es participa del ser como un don.

Desde esta perspectiva, el arte no es producción, sino participación. La obra de arte se convierte en un lugar de gracia: una materia que se deja habitar por el resplandor. Lo que el artista hace no es crear desde la nada, sino abrir el espacio para que la presencia acontezca.

El gesto creador tiene, en este sentido, una dimensión eucarística: ofrecer la materia y recibir la forma. Allí donde Heidegger ve un acontecimiento ontológico, la Radical Orthodoxy reconoce una liturgia cósmica.

Heidegger habló del enfrentamiento entre mundo y tierra. El mundo es la apertura del sentido; la tierra, el fondo que resiste, el misterio que no se agota. En la obra auténtica, ambos entran en tensión y se necesitan.

Nosotros podemos leer esa relación como la de símbolo y sacramento. El símbolo abre, el sacramento sostiene. El primero interpreta, el segundo consagra. En la obra de arte, ambos coinciden: lo visible remite a lo invisible, pero sin destruir su materialidad.

Así, el arte es una liturgia del ser: no habla del misterio, sino que lo encarna. El templo griego del que hablaba Heidegger no representa a los dioses: los hace presentes. De igual modo, una pintura o una escultura auténtica nos coloca ante lo sagrado, no como espectadores sino como partícipes.

La modernidad secularizó el arte, lo separó del culto y lo convirtió en espectáculo o mercancía. Pero el arte, en su raíz, no busca el aplauso ni la belleza como placer: busca la revelación.

En esa línea, podemos afirmar que toda forma auténtica de arte es una teofanía velada. La materia se vuelve transparente a la gloria; lo bello se torna verdadero porque participa de Dios. La idolatría estética (la fascinación por la forma vacía) es substituida por una estética participativa: el arte como comunión con el misterio.

El artista no es un genio aislado, sino un sacerdote de la forma. Su tarea es custodiar el resplandor. La obra de arte no “representa” el ser: lo devuelve a su fuente. Allí donde la filosofía ve desocultamiento, la teología reconoce gloria: el resplandor de lo invisible en lo visible. Cada obra verdadera (una piedra, un poema, un color, un silencio) nos recuerda que el mundo no es autosuficiente, sino liturgia de la creación.

Volviendo a aquella pregunta de la visitante (“¿qué es el arte?”), comprendo que la respuesta no pertenece solo a la razón, sino al asombro. El arte es ese instante en que lo que es se deja ver, y al hacerlo, nos transforma.

En toda obra verdadera, algo eterno se encarna en la forma y se retira sin desaparecer. Y en ese movimiento, ese resplandor que nunca se apaga del todo, reconocemos lo que los teólogos medievales llamaban gloria y Heidegger, con palabras más sobrias, aletheia: la verdad que acontece.


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Published inTeología

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