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Sobre la Esperanza que no defrauda: una reflexión a partir de Patristic Universalism de David Burnfield

En el océano, no siempre apacible, de la reflexión teológica contemporánea, ocasionalmente emerge una voz que, sin estridencias, nos invita no a tomar partido en la arena de las polémicas, sino a arrodillarnos ante el Misterio y a escuchar lo que la Iglesia primitiva, en su aliento aún fresco de Pentecostés, tuvo que decir. Tal es el caso del libro de David Burnfield, Patristic Universalism: An Alternative to the Traditional View of Divine Judgment, cuya lectura gratuita –providencial, podríamos decir– me fue concedida en días recientes.

Burnfield no se aproxima al tema como quien desenfunda una espada, sino como quien enciende una lámpara de aceite en el atrio del templo. Su propuesta, aunque no enteramente nueva, reviste una particular dignidad: se trata de un retorno vivificante a las fuentes patrísticas, aquellos testigos venerables de la fe indivisa que, en sus disputas y consensos, dieron forma al lex credendi de la Iglesia.

El autor se adentra, con cierto pudor intelectual, en la cuestión de la apokatástasis –esa esperanza de restauración final de todas las cosas, tan cara a figuras como Orígenes y san Gregorio de Nisa– y lo hace sin incurrir en los excesos de quienes han querido, desde ciertas veleidades románticas, extender tal restauración incluso a las potestades caídas. Non sic, nos dicen los Padres. Y Burnfield, con honradez académica, les concede la última palabra.

Más que respuestas, lo que su obra ofrece son preguntas cuidadosamente formuladas, nacidas no del capricho, sino del asombro. Preguntas que revelan cuán frágil puede ser, a veces, el andamiaje sobre el que se sostienen ciertas concepciones contemporáneas de la salvación. Es aquí donde el autor se distingue de otros –pienso, inevitablemente, en el voluminoso manifiesto de David Bentley Hart–: mientras este último polemiza, Burnfield invita. Su tono es pastoral, casi confesional, y por ello más accesible para el alma que busca, no debatir, sino orar.

El volumen se presenta como una alternativa a la visión tradicional del juicio divino. Y en su introducción, que es casi un testimonio, el autor relata su tránsito desde una rígida concepción bautista del infierno como castigo eterno, hacia una comprensión más matizada del amor divino, cuyo deseo de salvar a todos (cf. 1 Tim 2,4) no puede, sin contradicción, ser frustrado por la obstinación de una criatura. ¿Acaso el pecado de Adán fue más eficaz que la cruz de Cristo? ¿No sería esto, como él mismo sugiere con temblor reverente, una forma de herejía soteriológica?

A lo largo del texto, Burnfield recurre a los testigos primeros, a los Padres, como una brújula que señala el norte en el confuso mapa de la teología contemporánea. Su universalismo no es sentimental ni ideológico, sino filológico, exegético, eclesial. Parte de la Escritura, pero no la aísla. La interpreta a la luz de quienes vivieron más cerca del Resucitado que nosotros. Antiqua sapientia, nova luce refulget.

En suma, este libro no es un panfleto, ni un manifiesto incendiario, sino una invitación. A leer. A pensar. A orar. A considerar la posibilidad de que la justicia divina sea, en su hondura última, inseparable de la misericordia. Y que, tal vez, cuando todas las cosas sean recapitularas en Cristo, podamos decir con san Pablo: Ubi peccatum abundavit, superabundavit gratia. (Rom 5:20-21).


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Published inReseñas y lecturas

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