La Afirmación de San Luis, como testimonio eclesial, no puede ser comprendida si no se parte de una ontología sacramental del todo. Se trata de una epifanía de lo que cabría denominar una polis litúrgica emergiendo del seno de una modernidad que, en su afán de autonomía, ha roto con la participatio de lo creado en el ser divino. Así, lo que se formula en 1977 no es una crítica a los excesos reformistas de ciertas provincias anglicanas; es un acto teológico-metafísico que reclama el carácter intrínsecamente participativo de la Iglesia como corpus mysticum, anterior y superior a cualquier contingencia…