El conclavismo es una de las vertientes más estrambóticas en el catolicismo tradicionalista. Así como para muchos teólogos el universalismo es de esos problemas interesantes para pasar horas entreteniéndose, su equivalente para los tradicionalistas es el conclavismo: el intento humano de solucionar una situación apocalíptica. Para quienes aún no sepan de que se trata, el conclavismo es la opinión según la cual ante la sede-vacante un grupo de personas tienen la capacidad, el derecho y hasta la obligación (esto varía según la época) de reunirse y elegir un nuevo pontífice.
En mis recientes conversaciones con el administrador de Cuba Católica comprobé dos problemas que tienen los conclavistas: el primero de ellos es una noción errónea de la jurisdicción, tema que tratamos en varios artículos previos; el segundo es la ignorancia de la misma historia del movimiento. En el presente artículo trataré sobre los “tres conclavismos”, las mutaciones que el movimiento sufrió a lo largo del tiempo y como del fracaso de una etapa se pasó a reconfigurar las posiciones teológicas.[1]
En efecto, los conclavistas desconocen la historia misma del movimiento. Para ellos el conclavismo que hoy impulsa Pablo de Rojas y José Vicente González (conocido en los foros de internet por años como “Sofronio”), Julio Aonzo, Gary Alarcón y Juan José Squetino es el único, el original… pero desconocen que en realidad, la tesis conclavista sufrió variaciones con el tiempo.
Es necesario advertir que en este artículo no trataré los textos que emplean los conclavistas para justificar su propuesta, ya que eso sería tema para otra investigación. Tampoco la cuestión de las dudosas órdenes y linajes episcopales que todos ellos presentan, tema sobre el que se escribió (y bastante) en Sursum Corda, sino de las corrientes históricas.
Este trabajo tiene un aparato bibliográfico que será de mucha utilidad, aún a los mismos conclavistas para acomodar sus ideas y quizás, evitar los problemas y fiascos del pasado, no tan lejano.
El conclavismo original
El primer conclavismo surgió durante el Vaticano II y fue impulsado por el Pro. Joaquín Sáenz y Arriaga, Abbé Georges de Nantes, Carlos Cuesta Gallardo, Eberhard Heller, Kurt Hiller eran quienes insistían con esta posibilidad. El proceso sería el siguiente; se debía formalizar una acusación contra Montini/Paulo VI por herejía (lo que correspondió al abbé de Nantes con su famoso Liber accusationis) y luego un obispo con jurisdicción ordinaria, en calidad de hermano en el episcopado con el Pontífice, realizaría una declaración pública de deposición, anunciaría la sede-vacante declarando depuesto a Montini, y luego convocaría a un “concilio imperfecto”[2] en el cual se derogara el Vaticano II y todas sus reformas y se procediera a una nueva elección pontificia. En la mente de los tradicionalistas de los años 70-80 correspondía esa tarea a Monseñor Marcel Lefebvre. En efecto, ya en una época temprana como 1969 la “Congregación para la Doctrina de la Fe” publicó una notificación contra el Abbé Georges de Nantes, quien había publicado su correspondencia privada con el Cardenal Ottaviani después de que en 1966 el obispo Obispo de Troyes lo suspendiera a divinis. ¿Sobre qué escribía el Abbé de Nantes en aquellos años? Convocatoria al “Concilio Vaticano III” y la elección de un nuevo pontífice. Sus esperanzas se depositaban el mencionado Arzobispo Marcel Lefebvre, el Arzobispo Geraldo de Proença Sigaud, Arrigo Pintonello y los obispos José Maurício da Rocha, Luigi Maria Carli, Antônio de Castro Mayer, y los cardenales Giuseppe Siri, Alfredo Ottaviani, Antonio Bacci.[3] Para el Abbé de Nantes, lo mismo que para Pro. Joaquín Sáenz y Arriaga la ventaja estaba en la presencia de clero romano, en efecto, el Papa es Papa porque es el obispo de Roma, no es el obispo de Roma porque sea el Papa. Una verdad que, aunque sea evidente, hay que explicarla, porque para algunos no es tan evidente.
Esto fracasó cuando Monseñor Marcel Lefebvre rechazó esto cuando fue entrevistado por varios conclavistas en Kansas, Estados Unidos. Entonces surgió el “segundo conclavismo”.
El primer conclavismo, ya explicamos fue impulsado desde varias publicaciones, como se puede apreciar en la revista Einsicht. No obstante ya en 1976 existió una clara alusión a la necesidad de un colegio cardenalicio para asistir a Paulo VI que se instalaría en el Palmar de Troya, él o uno de sus sucesores.[4] Existía entonces ya la noción de que era menester que la elección fuera realizada por un colegio episcopal… lo cual es la tesis que propuso hace un par de años el grupo que eligió a Victor von Pentz/Lino II y posteriormente fue tomada por Juan José Squetino y hoy es compartida por personajes como Alarcón, Aonzo, Pablo de Rojas y Sofronio.
La segunda generación
El segundo conclavismo surgió del fracaso del primero. Fue impulsado por seglares como David Bawden, Teresa Stanfill Benns, Araí Daniele, Homero Johas, quienes ahora, basándose en los mismos teólogos proponían que la elección debía realizarse por ser un deber gravisimo y necesario para la supervivencia de la Iglesia. Ante esto, el Dr. Carlos Disandro contestó a la señora Teresa Stanfill Benns que no olvidara que nadie puede salvar a la Iglesia, es la Iglesia el medio ordinario de salvación que Dios emplea. Pero continuemos. Siguiendo las elucubraciones de esta segunda generación de conclavistas, la reunión podía ser realizada por una porción de la Iglesia, sean o no clérigos, sólo bastaba que fueran fieles católicos. No importaba que asistieran o no obispos, ni sacerdotes, ni nada por el estilo, y quien fuera electo, recibía el Papado de manera inmediata… el consentimiento de la Iglesia llegaría después. Esta tesis es la que propuso el Dr. Homero Johas en sus escritos y que se puede leer incluso en su clásico (y corregido varias veces) Coetus Fidelium. Cito una de las versiones oficiales, que es la que reproduce David Martinez en Cuba Católica :
Y la Iglesia de Cristo es, principalmente, por esencia, un “coetus fidelium”, un grupo de fieles, con idéntica fe divina y católica. Y San Nicolás I enseña que, “la fe es universal, común a todos, clérigos y laicos…”(D.S.639). Donde, en la unidad de fe no se distinguen los clérigos de los laicos.
Y ese “colegio de fieles” en cuanto tal “nullam onmino potestatem aut jurisdictionem habeat”. Donde sería “nullo y vacío” que él ejerciera un poder jurisdiccional que no tiene (Vacante Sede Apostólica, Cap.I, cn.I). Y eso se dice allí sobre el Colegio de electores, obispos, cardenales. Así, con mayor razón, sobre el colegio de los fieles, donde entran todos los fieles laicos.
Así, en el colegio electoral de los fieles, los obispos no preceden a los fieles ni por el poder de jurisdicción, ni por la igualdad de la fe universal.
Esta posición fue reforzada por la circulación de la tesis de doctorado de. Rev. Timothy Champoux The Juridical Position of the Laity in The Church.[5] Quien también apoyó esta posibilidad de un “conclave de laicos” fue C. Lereux en su libro Son of Perdition,[6] y por supuesto el trabajo cúlmine (por más que hoy los conclavistas quieran ignorarlo) fue el grueso volumen de casi 500 páginas Will the Catholic Church Survive the Twentieth Century?.[7]
En virtud de estos trabajos, de una importante colaboración epistolar, de varias invitaciones que se realizaron y que, en efecto fueron recibidas y con varios sacerdotes tradicionalistas que declinaron asistir, tuvo lugar el primer “cónclave” o “Concilio imperfecto” del cual salió electo el señor David Bawden, quien en lugar de buscar cualquier hereje y cismático que lo ordenara inmediatamente, esperó que un hereje y cismático que convirtiera a su “iglesia” para luego hacerse ordenar. Nadie podrá decir, cuando menos, que en ese sentido el David Bawden/Miguel I no fue honesto. Naturalmente su elección atrajo la atención de algunos periódicos locales y hace pocos años hasta se realizó un interesante documental. En síntesis: la segunda generación de conclavistas sostenía que el concilio imperfecto podía ser convocado por católicos fieles (previa abjuración de errores, juramento anti-modernista, etc), replicando lo más posible las constituciones apostólicas para la elección de un Romano Pontífice, y que quienes asistían, fueran laicos o clérigos, tenían el derecho a elegir.
No fue la de Bawden la única elección, en el año 1994 en la ciudad de Asís se eligió a Victor von Pentz quien adoptó el nombre de Lino II. La decisión de esa elección se realizó tras una reunión previa en Spokane (¿le es desconocido el nombre de la ciudad a algún sedevacantista?). La identidad de los electores y de los que se presentaron en Asís varía según la fecha. En febrero del año 2003, la señora Heidi Hagen me informó que hubo doce electores, teniendo yo la identidad de tales personas pregunté a quien fungía de secretaria de Lino II si las mujeres de la lista (Ruth Johas y Elisabeth Gerstner), así como los seglares varones (Roberto Gorostiaga, Homero Johas, Rudolf Gestner, Osvaldo Ancona) habían participado de manera activa, no sólo financiando. La respuesta fue “¡Por supuesto!”. No obstante, varios años después, me llegó una versión diferente de un escrito del Dr. Johas según la cuál sólo participaron los clérigos.
Otro ejemplo de laicos participando en un “cónclave” fue el que se realizó en Kalispell, Montana (USA) donde siguió la de Lucian Pulvemarcher, con la participación de los seglares Robert Lyons de Texas y Gordon Bateman, un australiano. El nuevo electo eligió el nombre de Pío XIII y posteriormente fue impugnado por sus electores que lo acusaron de utilizar el péndulo para practicar la adivinación… por supuesto que el prolífico Antipapa Pío XIII los excomulgó a ambos.
De estos cónclaves de la segunda generación David Bawden/Miguel I sigue activo con un sitio web actualizado, imprime literatura y maneja una lista de correo interesante, mientras que Victor von Pentz/Lino II luego de instalarse en Hertfordshire de manera definitiva en 1998, nada se sabe de él, salvo que el obispo conclavista Juan José Squetino se reunió con él hace algunos años, poco antes de lanzar su convocatoria para un nuevo cónclave.
Los hijos del fracaso: la tercera generación
El Conclavismo fracasó en el pasado, pero no nos referimos aquí a las espurias elecciones de David I, Lino II, Pío XIII o las bromas de mal gusto de León XIV-Inocencio XIV-Alejandro IX. El conclavismo fracasó porque en realidad no es una posición teológica, a pesar de que sus cultures así lo quieran exhibir, sino más bien una suerte de sistema teológico en el que varias hipótesis parecieran coincidir en un solo punto: ante la vacante de la Sede Apostólica Romana, es menester suplirla por un concilio imperfecto.
El primer conclavismo contó con la ventaja de que aún existía clero romano verdadero y lícito, así como obispos con jurisdicción ordinaria capaces de cumplir con los requisitos de los canonistas renacentistas y del siglo XVI y XVII para convocar a una elección. Aquellos clérigos, apoyados por seglares educados y con serios y sólidos conocimientos en teología contarían, sino con el apoyo universal de la Iglesia militante, por lo menos con el reconocimiento de una importante cantidad de fieles dispuestos a financiar el movimiento, y, como esperaba el arzobispo Lefebvre, el tradicionalismo triunfaría a la larga porque la Iglesia Conciliar moriría por falta de vocaciones sacerdotales. En definitiva se jugaba aquel principio diplomático que reveló Monseñor Muzi al obispo Mariano Medrano “La Iglesia [Romana] tiene a favor las órdenes sagradas y el tiempo, sus enemigos morirán y con ellos el cisma”.[8] Fórmula tan cierta como perversa.
El segundo conclavismo nació tras el fracaso del primero, y resultó un acto de desesperación. En aquel entonces los obispos del linaje Thuc iban hacia la deriva absoluta: consagrados para un cónclave, se comenzaban a distanciar a medida que las sub-ramas del linaje thucista coincidía con posiciones teológicas sobre la sede-vacante. La desesperación llevó a que personas que bajo ningún aspecto tenían aptitud canónica, que fueron ordenados en iglesias cismáticas o que acumularon varias ordenaciones y consagraciones sub conditione impusieran la necesidad de una reunión. David Bawden fue desechado porque fue electo por su familia y una amiga, pero olvidan que hubo clérigos que prefirieron no presentarse y ver que pasaría luego. Victor von Pentz desapareció del radar público y se asumió su renuncia tácita. Pulvemarcher murió demente, senil, sin fieles y habiendo excomulgado a sus propios cardenales.
Nació así la tercera generación conclavista, que reúne las fortalezas, pero también compila todos los errores y vicios de los intentos anteriores. Un colaborador del blog lo llama “squetinismo” porque su representante más fiel es, precisamente Juan José Squetino. El en varias cartas dirigidas a los obispos informó sobre su idea de cómo debía ser el cónclave. En las últimas semanas estuve en contacto con David Martinez, el administrador y autor del blog “Cuba Católica” con quien mantuve un interesante intercambio por mensajes. De esas conversaciones, si bien quedó en claro que estamos en posiciones teológicas diferentes (para él yo directamente soy un hereje), pude aprender mejor aún sobre la tercer corriente que describiré a continuación:
Según la corriente “squetinista” el cónclave no sólo es posible, sino que es absolutamente necesario para la salvación de las almas. Es, siguiendo a Johas, un deber de la Iglesia proveerse de un Papa, pero no de cualesquier manera: la reunión debe ser convocada por un obispo y deben participar todos los obispos posibles. No importa que los obispos lefebvristas o filo-lefebvristas no reconozcan la reunión, tampoco aquellos obispos sedevacantistas “independientes”, los “no-conclavistas” (acéfalos) o los seguidores de la tesis de Michel-Louis Guérard des Lauriers, en absoluto. Lo que importa es la opinión de los obispos “católicos” es decir, “conclavistas” porque el “conclavismo” es la única posición católica válida.
En este conclavismo de nueva generación ya no se participaría la invitación ni a los obispos modernistas titulares (lo que sí se realizó en el caso del cónclave de Asís), sino únicamente a los que son públicamente conclavistas. Para ello es menester la ordenación de nuevos clérigos, en especial, la consagración de obispos. De ahí que los obispos conclavistas hagan jurar a los ordenados que colaborarán, llegado el momento con el cónclave, lo mismo que las Misas pro eligendo pontifice. Tampoco importa la cualidad de los clérigos que se sumen al proyecto conclavista, sus antecedentes, sus conocimientos, su dominio de lo mínimo e indispensable de la liturgia. Sólo que se congreguene en el mismo recinto. El problema radica, además de todo lo que señalamos (que contradice décadas de conclavismo) en que los mismos conclavistas están desunidos. En efecto, existen tres grupos. Por un lado estaría el del Juan José Squetino y Merardo Loya; luego está el grupo de Julio Aonzo y Gary Alarcón; y finalmente Pablo de Rojas Sanchez-Franco y José Vicente Ramón González Cipitria.
Estos grupos se han caracterizado por ordenaciones a personas sin aptitud canónica y previo reconocimiento de Lino II como “Papa legítimo”, así como una doctrina extraña sobre la jurisdicción ordinaria; en cuanto al caso de Julio Aonzo, el bis-obispo y el estrambótico Gary Alarcón, que apenas si sabe ponerse los ornamentos, han demostrado una doctrina tan extraña como curiosa, a punto que con sólo ver las imágenes de esta gente, u oír sus “homilías” y “mensajes” (y ni hablar de los apologistas como el nieto de Alarcón Zegada), fundando su propia Iglesia (la “tradicionalista en sede vacante”) creando y definiendo herejía (algo que sólo puede hacerlo autoridad jurisdiccional) y ni hablar de una pésima doctrina sobre la jurisdicción eclesiástica. A esta gente les recomendamos la lectura de los libros de Raymond Kearney Principles of Delegations (1929) y Anscar Parsons Canonical Elections – An Historical Sinopsis and Commentary (1939) y por supuesto el Código de Derecho Canónico comentando por las autoridades competentes, que no son cualesquier obispón que anda por allí (como pareciera creer Gary Alarcón, o David Martinez), sino las mismas autoridades que establece el Código de Derecho Canónico: el legislador, los canonistas, los doctores, los doctores históricos y los casos comparables resueltos por las congregaciones, así como las tradiciones propias de las iglesias.[9] Hay casos peores, porque una cosa es un grupo de ignorantes que, suponiendo buena fe quieren organizar un cónclave, pero otra diferente es la mala intención y la falta de honestidad intelectual que mostró el grupo de Rojas y José Vicente Ramón González Cipitria, quienes han demostrado que más valían los problemas personales que la supuesta necesidad y urgencia de suplir a la Iglesia con una cabeza visible.
Conclusiones
A lo largo de este artículo hemos demostrado que no hay un único conclavismo, sino que podríamos definir hasta tres corrientes diferentes, en el tiempo y en sus militantes. De todos, sólo el primero tenía posibilidades de haber triunfado, o por lo menos haber creado una estructura jurídica a la cual poco a poco, los católicos tradicionalistas se hubieran sumado. Los demás no son, sino, manotazos de ahogado, resurrecciones de un proyecto que ya nació muerto. Un aborto teológico, una masturbación intelectual.
La desunión en el tercer conclavismo es tal que hasta se proponen por lo menos dos cónclaves diferentes, por lo que si el primer conclavismo (el original) fracasó porque los clérigos válidos y legítimos se negaron a sumarse a una aventura, el segundo porque no se ponían de acuerdo en quienes eran los electores, el tercero fracasará, indefectiblemente por total falta de sustento doctrinal, cuando no moral e intelectual de muchos de sus adherentes.
Referencias
[1] Debo esta categorización en tres etapas a mi amigo Stehel, quien me ayudó a ordenar ideas y que gracias a él, pude reorganizar bibliografía y lecturas.
[2] Aunque los conclavistas insisten en hablar de “cónclave” (y en efecto de ahí toman el nombre) lo más apropiado sería llamarlo “Concilio imperfecto”, como fue el caso de Constanza.
[3] Roy-Lysencourt, Philippe, Le Coetus internationalis Patrum, un groupe d’opposants au sein du Concile Vaticano II (tesis doctoral), Quebec / Lyon: Université Laval / Université Jean-Moulin-Lyon III, 2011. Cfr. Notificación relativa al Abbé de Nantes, L’Osservatore Romano , 10 de agosto de 1969; Bawden, David (Miguel I), 54 Years That Changed the Catholic Church, Christ the King Library, 2011; De Nantes, George, Lettres à mes amis 1956-1962, 1962, del mismo autor es imprescindible: Liber accusationis : à notre Saint Père le pape Paul VI, par la grâce de Dieu et la loi de l’Église juge souverain de tous les fidèles du Christ, plainte pour hérésie, schisme et scandale au sujet de notre frère dans la foi, le pape Paul VI, remis au Saint-Siège le 10 avril 1973, avec la communion phalangiste, La Contre-Réforme catholique (1973).
[4] Ver mensaje del 27 de enero de 1976, y del 26 de diciembre de 1976.
[5] Champoux, Timothy, The Juridical Position of the Laity in The Church, Pontifical Gregorian University, 1939. Esta tesis retoma algunos puntos de un artículo de Henry Hayman (The Journal of Theological Studies, Vol. 5, No. 20, 1904), pp. 499-516), pero analiza la situación desde una perspectiva católica, canónica, teológica e histórica. Recomiendo a los conclavistas que en lugar de recitar las citas del Dr. Homero Johas peguen alguna vuelta por las bibliotecas de universidades “católicas” para rastrear viejas tesis de doctorado y por supuesto, bibliografía en general. Son un gran recurso y muchas veces, esos viejos libros se pueden adquirir como “material de descarte” por muy poco dinero.
[6] Lereux, C., Son of Perdition, Calais, 1982.
[7] Stanfill Benns, Theresa, y Bawden, David, Will the Catholic Church Survive the Twentieth Century?, Belvue, CKL, 1990.
[8] Carta de Monseñor Muzi a Mariano Medrano y Cabrera, 8 de octubre de 1829. AGN Sala X 8-10-4.
[9] El desconocimiento del Código de Derecho Canónico es proverbial entre los miembros de la tercera generación conclavista, a punto tal que creo que realmente nunca lo leyeron, ni conocen las versiones comentadas, sólo repiten algunos cánones como lugares comunes, de la misma manera que otros conclavistas sostienen que poseen los mismos poderes patriarcales que los Apóstoles porque los obispos son sucesores de los apóstoles. Luego de leer estas barbaridades en sitios, blogs, páginas de Facebook o escucharlas en Youtube uno se pregunta ¿vale la pena invertir tiempo en esto?
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