En un mundo que ha aprendido a concebir la realidad como un conjunto de entidades separadas —alma y cuerpo, sagrado y profano, individuo y comunidad, historia y eternidad— la fiesta de Todos los Santos es una interrupción. No una memoria, sino una fisura ontológica en el tiempo secularizado: un recordatorio de que la creación nunca fue abandonada a la autosuficiencia de lo meramente natural. Los santos no son “excepciones morales” dentro de un orden neutral. Son el signo de que la gracia es más real que la naturaleza tal como la modernidad la concibe. No perfeccionan una autonomía humana: revelan… Seguir leyendo
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