Teología

La Reconstrucción del Mundo como Sacramento: 5. San Buenaventura y el antagonismo con el nominalismo

Toda la crisis espiritual, intelectual y cultural del mundo moderno puede rastrearse hasta una fractura teológica precisa: el nacimiento del nominalismo.
Esta herejía filosófica —que niega la participación y afirma que los nombres universales son meras etiquetas sin fundamento en el ser— es el veneno que lentamente corrompió la visión sacramental del mundo.

San Buenaventura, aún antes de la explosión nominalista en Occidente, anticipa una refutación radical contra esa lógica, y lo hace desde su visión metafísica de la participación.

El choque entre San Buenaventura y el nominalismo no es solo un debate académico: es la confrontación entre dos mundos irreconciliables.

I. La raíz del nominalismo: El mundo sin participación

El nominalismo afirma que los universales —belleza, bondad, verdad, justicia— no existen en sí mismos. Son solo palabras útiles para clasificar la experiencia. La realidad, según esta visión, está compuesta únicamente de individuos sin ninguna conexión intrínseca entre sí.

En esta lógica, Dios mismo se convierte en pura voluntad arbitraria. No hay más bien intrínseco, solo decisión divina incuestionable. No hay más orden objetivo, solo decreto.

Esto destruye la ontología cristiana clásica. Si las cosas no participan de un orden superior, entonces el mundo ya no es un vestigio, sino un campo de fuerzas ciegas. El conocimiento deja de ser contemplación y deviene cálculo. El poder sustituye al amor.

II. San Buenaventura: el defensor del orden participativo

Contra esta visión destructiva, San Buenaventura afirma con firmeza que todos los seres participan realmente del Ser divino.

“Todo lo que es, es porque participa del Ser primero, que es Dios”
(Breviloquium, II, 11).

En su metafísica, las criaturas no son fragmentos aislados, sino reflejos del Dios trinitario. Cada cosa tiene su lugar en el orden universal porque está relacionada con el Creador como causa, modelo y fin.

Por eso, la creación no es un campo de pura voluntad ni de azar; es un Kosmos, un orden de sentido. La belleza y la bondad no son nombres vacíos, sino realidades objetivas inscritas en el ser.

Esta visión, que para San Buenaventura es obvia, constituye una afrenta total a la mentalidad nominalista, y también a la modernidad tardía, que sigue siendo nominalista en sus raíces más profundas.

III. La voluntad de poder: Fruto venenoso del nominalismo

El nominalismo, al negar la participación, inaugura la era de la voluntad de poder.
Si no hay orden objetivo, entonces la única “verdad” es la fuerza que impone su voluntad.

De allí deriva toda la modernidad política y tecnológica: el Estado como fuerza soberana sin límite natural; la técnica como dominación sin freno sobre la naturaleza; el individuo como autoconstructor de su identidad sin referencia al orden del ser.

Todo esto es la aplicación histórica del nominalismo. San Buenaventura, al sostener la participación, ofrece la antítesis absoluta:

“El verdadero poder es el que se conforma al orden del Amor, no el que se impone como fuerza ciega”
(Collationes in Hexaëmeron, XVII, 4).

Aquí se juega la batalla última: o la civilización del amor, fundada en la participación y el orden objetivo, o la barbarie de la voluntad de poder, fundada en la arbitrariedad.

IV. Buenaventura como arma contra la tiranía moderna

San Buenaventura ofrece las armas para combatir el nihilismo contemporáneo:

  • Recupera la verdad como participación.
  • Defiende el orden del amor contra la violencia del poder.
  • Restituye al mundo su dimensión sacramental.
  • Desenmascara la idolatría de la autonomía y la técnica.

El combate contra el nominalismo es la lucha más urgente del presente. Quien quiera resistir al totalitarismo moderno —sea político, económico, biotecnológico o espiritual— debe comenzar restaurando la ontología de la participación.

San Buenaventura, Doctor Seráfico, es uno de los grandes maestros para esta restauración.


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