El concepto de martirio encapsula tanto el sacrificio supremo como la manifestación más pura de la fe. El orígen del término lo encontramos en el griego antiguo y proviene de la palabra μάρτυς cuyo significado es “testigo”. Así, en su sentido más primigenio, el mártir era aqul que testificaba ante los demás sobre la fe y estaba dispuesto a dar su vida en ese testimonio.
Cuanod volvemos nuestra mirada a los primeros autores cristianos, el martirio es el tema central en la reflexión teológica. Para los Apologetas y los Padres el martirio no era un acto de resistencia frente a la persecusión (como pretende la teología contextual), sino una aafirmación heroica de la verdad divina, que transformaba al mártir en un testigo viviente (en a eternidad) del Evangelio.
Uno de los primeros padres apostólicos, San Ignacio de Antioquía, utilizó la imagen del martirio en sus cartas como un símbolo de unidad y fidelidad a Cristo. En su Carta a los romanos expresó:
Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro [de Cristo]. Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.1
El martirio, entonces permite como ninguna otra cosa alcanzar la plena comunión con Cristo, la plenam communionem cum Christo, y por lo tanto, una forma eficiente de llegar a la θέωσις (Theōsis), como fue el caso de San Esteban Protomártir:
Como oyesen esto, se enfurecieron en sus corazones y crujían los dientes contra él. Mas, lleno del Espíritu Santo y clavando los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y exclamó “He aquí que veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está de pie a la diestra de Dios. (Hech 7: 54-56).
Releamos el versículo 55: ἀτενίσας εἰς τὸν οὐρανὸν εἶδεν δόξαν θεοῦ καὶ Ἰησοῦν ἑστῶτα ἐκ δεξιῶν τοῦ θεοῦ. Sólo fue después del testimonio que dio Esteban que, estando consumada la perfidia de sus asesinos, contempló la δόξαν θεοῦ (la Gloria de Dios). El martirio, entonces, no sólo asegura la salvación, sino que fortalece a toda la comunidad cristiana.
También Tertuliano, en su Apologeticum desarrolla la teología primitiva del martirio, en ella podemos leer lo siguiente:
Verdaderamente deseamos padecer; pero con aquel deseo que ama la guerra el soldado. Llanamente ninguno padece gustoso, que el temor es necesario, y el miedo en los pe” ligros forzoso; pero el mismo que se querella de la guerra pelea en la ocasión de la batalla con toda la fuerza de su valor, y cuando vence se goza el mismo que se querellaba, porque en la victoria alcanza honor, gana despojos. Batalla es para nosotros cuando somos provocados á la palestra de los tribunales para combatir con peligro de la vida en defensa de la verdad. Victoria es alcanzar aquello por que se pelea. Esta victoria tiene por gloria agradar á Dios, por despojos vida eterna. Si nos prenden, si en el tribunal somos convencidos de nuestra fe, conseguimos lo que queremos; luego vencemos cuando morimos; luego escapamos cuando nos prenden, y triunfamos cuando padecemos.2
Como bien explica el gran Tertuliano, el fin del mártir no es el sufrimiento, sino la gloria espiritual y el testimonio de su fe, es el medio para alcanzar la victoria espiritual y la comunión con Dios. . Cada golpe de látigo, cada atadura y cada llama, lejos de sofocar el fervor de los fieles, lo enciende como un fuego que crepita y danza con una pasión ardiente. Tertuliano describe la sangre derramada por los mártires no como un trágico desperdicio, sino como un elixir divino que, al ser derramado sobre la tierra, la fertiliza con una semilla inextinguible de esperanza y fe.
Al final del tratado Tertuliano lapida: Plures efficimur, quotiens metimur a vobis: semen est sanguis Christianorum, la sangre de los cristianos es semilla. En esta potente afirmación, Tertuliano transforma la brutal realidad de la persecución en una metáfora de esperanza y resurrección. Como un agricultor que, al cortar el trigo, asegura la próxima cosecha, los perseguidores, sin saberlo, preparan el terreno para un florecimiento espiritual. La imagen de la sangre como semilla evoca un ciclo perpetuo de vida emergiendo de la muerte, un proceso en el cual el sacrificio de los mártires se convierte en el nutriente esencial para el crecimiento continuo del cristianismo. En su pluma, la persecución se transforma de una herramienta de destrucción a un acto de creación, donde el sufrimiento es un acto generativo que da origen a una nueva vida en Cristo. Cada gota de sangre derramada se convierte en un acto de amor que fertiliza el campo espiritual del mundo, garantizando que, a pesar de los intentos de los perseguidores, la luz de la fe cristiana nunca se extinga, sino que brille con una intensidad renovada en cada generación sucesiva.
1San Ignacio de Antioquía, Epístola a los Romanos, IV.
2Tertuliano, Apologeticum, L.