La multitud despersonaliza

Dostoievski tiene una escena en Los hermanos Karamazov en la que un anciano de un monasterio ortodoxo explica que cuanto más “ama a la humanidad en general, menos [él] ama al hombre en particular”. Este es un modo típico de ser para muchos hoy en día que favorecen la multitud al individuo. Piense en esos “guerreros” de la justicia social, esos hombres de negocios, esos animadores, artistas y otros que establecen sus agendas de vida en resultados específicos donde la multitud tiene prioridad sobre el individuo. Piense también en aquellos que en un tiempo levantaban banderas en virtud de alguna “causa noble”, la cual implicaba una generalización, la creación de un colectivo (autopercibido o no, no importa) al que debía eliminarse.
Sin embargo, la multitud es una ilusión, el público un fantasma como diría el genial Kierkegaard. ¿Se puede existir en una relación de amor con una ilusión? ¿Hay alguna relación, algún amor personal dado con amor personal recíproco recibido, posible con una multitud? Es manifiestamente imposible.
En lo personal debo admitir que me ha resultado mucho más fácil amar a la multitud, al grupo con una necesidad o deficiencia especial, que al individuo. El individuo requiere mucho más de mí que la multitud. El individuo me requiere, el yo genuino. Y cualquier amor que espero entablar con este otro nace muerto sin ofrecer mi verdadero yo. Pensemos ¿Cristo murió por una colectividad? ¿Murió por un colectivo o murió por cada hombre en particular? No es lo mismo. Pensemos de nuevo: ¿Por quiénes murió Cristo o por quién murió? Existe una relación extraña entre el todo y el individuo, entre la “humanidad” y el “hombre”. Me recuerda un poco a la Meditación XVII John Donne:


No man is an iland, intire of it selfe; every man is a peace of the Continent, a part of the maine; if a clod bee washed away by the Sea, Europe is the lesse, as well as if a Promontorie were, as well as if a Mannor of thy friends or of thine owne were; any mans death diminishes me, because I am involved in Mankinde; And therefore never send to know for whom the bell tolls; It tolls for thee…

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La modernidad explota la idea de multitud al tiempo que pareciera emancipar al individuo. Esa contradicción es falsa, porque la modernidad emancipa, si, pero de Dios, ye l hombre sin Dios se disuelve en una multitud que lo asficcia, lo condiciona y lo destruye. Lo vemos en la innumerable cantidad de “colectivos” que hoy se presentan. No obstante, no existe tal cosa como una multitud, solo numerosos individuos con demografía similar, cada uno de los cuales es abordado uno por uno. No hay una relación de amor personal con la multitud. El amor individual requiere demasiado riesgo, demasiado yo, que no está presente o no es lo suficientemente fuerte para dar. El amor a la multitud es amor desinteresado: uno ama el resultado estadístico positivo de cualquier esfuerzo realizado para aliviar la difícil situación de la multitud, pero no está en juego el amor personal e interesado. El amor desinteresado mantiene al nihilista en marcha.

El libro es un tesoro, y como tantas obras del genial Dostoievski nos invita a reflexionar sobre Dios, nosotros y los otros.