Nota bene: el presente artículo fue parte de una conferencia que dicté en el año 2012 en el marco de un seminario abierto de filosofía del cristianismo. Reproduzco el texto tal como se publicó en la separata original, salvo alguna corrección puntual de gramática y ortografía. Para descargar el texto en PDF, puede hacer click aquí.
En el libro de Éxodo leemos que Moisés pregunta a Dios:
“Si voy a los israelitas y les digo: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’, y si ellos me preguntan ‘¿Cuál es su nombre?’ ¿qué les diré? Dios respondió a Moisés “Yo Soy el que Soy”. (Ex 3: 13-14).
Junto con primer versículo de Génesis, éste debe ser uno de los que más atención reclamó de parte de los hermeneutas. Cualquier nota en una Biblia de estudio (una buena Biblia de estudio) nos expone parte del interesante debate que se ha realizado, desde la Patrística, sobre las contundentes palabras de Dios: “Yo Soy el que Soy”.
La mayoría de los críticos (especialmente desde el Siglo XVIII a la actualidad) interpretaron esta respuesta como una evasión a la pregunta de Moisés. Dios le da un hombre, יהוה (YHWH) el cual hasta el día de hoy los judíos herederos de la tradición rabínica (no los karaítas) se niegan a pronunciar.
En esta publicación quisiera que recuperemos la interpretación de la filosofía patrística y finalmente hacer una pequeña reflexión sobre esta nueva hermenéutica.
Debemos a San Gregorio de Nisa considerar que la respuesta “Yo Soy el que Soy” como un punto de partida para la definición ontológica de Dios. Por su parte, San Gregorio Nacianceno consideró la respuesta de Dios como una revelación de la naturaleza divina:
“Los nombres más propios de la esencia de Dios son el ‘ente’ y el de ‘Dios’; y el mas propio de estos es el nombre de ‘ente’, no sólo porque Dios mismo lo enseñó a Moisés (…) sino porque por él buscamos decir la naturaleza que tiene por sí el ser mismo y que no lo une con otra cosa” (Discursos teológicos IV, 18).
Dios es ante todo ente, eso significa “Dios Es”. Ahora bien, Dios le dice a Moisés “Yo soy el que soy”, es decir, Es Él Mismo, no un ser que se confunde con otro, sino un Ser que en sí mismo existe, que existe por sí mismo, no es creado, no fue formado, sino que es auto-existente y es consciente de esa auto-existencia. De esta manera se define el primer atributo de la divinidad: la Existencia sin dependencia de ningún ser, porque es el primero; pero también nos dice que es el ser por el cual los demás seres pueden existir.
Recordemos el pasaje de Isaías 43: 10 que dice:
Vosotros sois mis testigos, dice Yaveh, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.
אַתֶּ֤ם עֵדַי֙ נְאֻם־יְהוָ֔ה וְעַבְדִּ֖י אֲשֶׁ֣ר בָּחָ֑רְתִּי לְמַ֣עַן תֵּ֠דְעוּ וְתַאֲמִ֨ינוּ לִ֤י וְתָבִ֙ינוּ֙ כִּֽי־אֲנִ֣י ה֔וּא לְפָנַי֙ לֹא־נ֣וֹצַר אֵ֔ל וְאַחֲרַ֖י לֹ֥א יִהְיֶֽה׃ ס
¡Hermosa revelación a la inteligencia limitada de los hombres que no podemos escapar del proceso de causa-consecuencia!
Pensemos que en la filosofía griega esta propiedad de la divinidad era absolutamente desconocida. Recordemos: el δημιουργός de los platónicos coexistía con la materia, las ideas y el tiempo. “Yo soy el que soy”, es decir, “el que existe por sí mismo”. Por eso San Gregorio Nacianceno concluye que Dios es el único ser propiamente con calidad de tal, ya que no está circunscripto a nada que le sea anterior ni posterior. San Hilario, continuando en esta línea afirma “nada es más propio de Dios que el Ser“.
Retomamos, la respuesta de la Divinidad al hombre que, con temor se asomó a ver el asombroso hecho de la zarza que ardía sin consumirse: es la obscura luz de la Naturaleza Divina, que no podemos comprender si no es con el auxilio de la Gracia, y aún así sólo llegaremos a un conocimiento limitado a nuestra inteligencia humana, herida de muerte tras la caída y el degeneramiento de la raza humana. Dios nos eleva de nuestra miserable condición para que podamos conocerle y amarle, nos restituye aquello que perdimos con la caída de los Padres. Allí está la verdadera αποκαθιστώ – apokatastasis de aquellos cuyo nombre está inscripto en el Libro de la Vida y que podrán contemplar al Creador cara a cara.
Pero no podemos concluir este breve examen de Éxodo 3: 14 sin referirnos a la moderna hermenéutica bíblica. La misma sostiene que la respuesta de Dios a Moisés no es una revelación ontológica, sino, únicamente una evasión. Dios no le dice “Yo soy el que existe por sí mismo”, no afirma ser el único Dios, y por lo tanto el único Ser propiamente definible como tal… por el simple hecho de que la mentalidad hebrea es primitiva y no había alcanzado aún (de ser histórico tal suceso, algo que los más modernos “críticos” niegan) tal desarrollo de la filosofía. ¿Qué implica esto? Implica la imperfección de la revelación y que la misma está sujeta a un crecimiento, a una evolución. Volvemos aquí a los errores kantianos sobre la imposibilidad de conocer la esencia de las cosas, aún con nuestra inteligencia herida mortalmente, sino únicamente los fenómenos, es decir, el revestimiento externo, y por lo tanto, un conocimiento perfectible y mudable. Un conocimiento, volvemos, evolutivo.
¿Por qué Dios no podía decirle a Moisés que “Él Es el Que Existe por Sí Mismo”? La respuesta nos deja anonadados: “Por que los griegos nunca llegaron a esa idea”.
Sinceramente se trata de una respuesta carente de toda lógica. La filosofía profana, como todo conocimiento que no provenga de Dios es limitado y circunscripto a la contingencia humana; pero el conocimiento que proviene de Dios, es decir, el que es infundido por el Creador tiene como fin ordenar todo a Dios. En distintos momentos históricos Dios decidió levantar a los hombres de su miserable condición para que le conocieran y le amaran, estableciendo así sucesivos pactos.
Limitar el significado del texto bíblico, haciéndolo mero accidente de una época no es otra cosa que negar que se trate de el Único Texto que tiene por autor al Mismo Dios.
El que se auto-denomina creyente, que se considera así mismo un cristiano creyente, está obligado a creer que la Escritura es mucho más que la expresión verbal de la experiencia religiosa de un pueblo en un momento determinado de la historia. Ella es la misma Palabra de Dios. En la Escritura el Creador se revela como se le reveló a Moisés en el Monte Sinaí. Cuando Dios se revela a moisés des-vela su majestad. Muestra la verdad, se hace evidente, Dios mismo es αλήθεια, como Jesucristo afirmó en Juan 14: 6. Moisés recibió por voluntad de Dios la oὐσία de la Divinidad y fue comisionado a transmitirla junto con el mensaje de liberación. De la misma manera nosotros, en tanto fieles a la ὀρθοδοξία estamos obligados a transmitir la Verdad, que es Cristo Mismo.
Moisés tenía el conocimiento y la Fe, no por mérito propio, sino por gracia, gratis data.