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La paciencia de los santos: Newman, la Iglesia sufriente y la fidelidad

Fotograma de Nostalghia (1983) de de Andrei Tarkovsky.

Ayer publiqué una entrada titulada La Iglesia en Newman y los Padres: cuerpo, drama y tradición. Debo reconocer que hace relativamente poco leí a Newman por primera vez y lo hice por el texto que todos recomiendan: Apologia Pro Vita Sua, sobre e que tengo pendiente un comentario. El segundo libro que abordé de este autor fue “La Iglesia de los Padres”, editado por Ágape en 2010.

Newman es un autor que me obligó a confrontarme conmigo mismo, con mi cursus animae meae ad Deum.Por mucho tiempo frecuenté circulos y yo mismo comulgué con la idea donde la fidelidad es una posición doctrinal correcta, el repetir una serie de fórmulas, una obediencia a normas visibles. Pero la Escritura tiene otra medida: la paciencia de los santos, aquellos que, aún en medio del naufragio, guardan los mandamientos y mantienen la fe. Literalmente dice Apocalipsis:

Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. (Apoc 14: 12)

No es una paciencia pasiva, ni una resignación. Es esa palabra fuerte y densa del griego bíblico: ὑπομονήhypomonḗ. Perseverancia activa. Firmeza bajo presión. Estabilidad en la noche. Es una forma de resistencia espiritual.

Uno de los que mejor encarnó —y comprendió— esa forma de fidelidad fue, precisamente John Henry Newman, antes de su ingreso a la Iglesia romana. En La Iglesia de los Padres ofreció un retrato interior de la Iglesia viva.

En cada figura que presenta —Atanasio, Basilio, Gregorio…—, Newman ve doctrina conjugada con fidelidad sufriente. Los hombres reseñados y estudiados, no de forma tradicional y hagiográfica, sino desde sus mismo stextos, aparecen como hombres que no abandonaron la verdad cuando el consenso se volvió herejía, y que no se desentendieron de la Iglesia cuando ésta parecía extraviada. Su fuerza no estaba en la estrategia, sino en la hypomonḗ.

Newman no los idealiza. No los convierte en monumentos. Los muestra como hombres acosados por el poder, por la soledad, por la ambigüedad. Su grandeza está en no haber huido. En haber sido fieles, aún cuando la fidelidad parecía sin fruto.

Esa fidelidad —dice el Apocalipsis— es la señal de los santos. No una santidad ornamental o institucional, sino una santidad escondida, perseverante. La de quienes guardan los mandamientos de Dios no como código, sino como respiración. La de quienes conservan la fe de Jesús no como eslogan, sino como herida.

Y es esta forma de santidad la que falta en muchos discursos actuales. Se multiplica la ortodoxia de superficie, el gesto, la consigna, el mandato, el decreto. Pero pocos están dispuestos a sufrir con la Iglesia, a callar sin claudicar, a hablar sin destruir, a orar sin garantías.

Volver a los Padres —como lo hizo Newman— es también recuperar esta forma de fidelidad: una fidelidad que no brilla, pero sostiene como una vela solitaria. Una fidelidad que no se exhibe, pero atraviesa siglos. Y que, como la paciencia de los santos, guarda lo esencial sin ceder a la ansiedad del éxito.


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Published inTeología

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