En el corpus del Antiguo Testamento (ese tejido de revelaciones y silencios, de teofanías y esperas) se nos presenta Yahvé, el Señor, actuando con majestad y misericordia. Él no se retira al Olimpo de los filósofos, ni se disuelve en la abstracción mística de los sistemas religiosos naturales. No. Se manifiesta en la historia concreta, en alianza con Su pueblo, hablando por medio de Su Verbo y obrando por Su Espíritu. No es esta una dualidad accesoria, sino ya una insinuación trinitaria, velada pero real: el Verbo, que es luz y orden; el Espíritu, que es soplo y vida. La…