En 1956, en el día de su santo, san Juan de San Denis —figura singular de la Iglesia Ortodoxa de Francia— interrumpió la costumbre dominical de comentar el Evangelio para pronunciar algo más íntimo: una confesión de fe y de vida. No se trataba de un tratado frío, sino de una palabra ardiente sobre el sentido profundo de la “Ortodoxia Occidental” y su relación con la gran tradición oriental. El punto de partida de su discurso es decisivo: la ortodoxia no es una negación, no es estar “contra” algo, sino una afirmación vital. No surge de la polémica, sino de… Seguir leyendo
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