Por Tessa Bielecki
¿No tendríamos que preguntarnos incluso: cómo seguimos nosotros el camino espiritual en la vida de cada día? La espiritualidad debería ser nuestra respuesta más natural, espontanea e instintiva. Pero no lo es. De ahí que debamos preguntarnos por qué no lo es. La respuesta abarca todos los problemas psicofísicos que experimentamos como consecuencia de habernos desnaturalizado, desensibilizado y deshumanizado. Porque vivimos en una sociedad no contemplativa, necesitamos aprender de nuevo a vivir una vida humana plena. Algunos piensan que quienes practican el budismo se encuentran en una desventaja particular porque tienen que desarrollar un nuevo contexto social para sus prácticas espirituales, que provienen de un entorno cultural oriental. Sin embargo, como contemplativa cristiana, considero esa cultura tan ajena como los budistas. En su mayoría, nuestra cultura es judeocristiana sólo de nombre. Por eso compartimos con los budistas la misma tarea de descubrir para nosotros mismos el modo de crear un entorno que haga de la espiritualidad parte integrante de nuestra vida cotidiana.
¿Cuáles son los elementos que hacen contemplativo un entorno? Es esta una cuestión que me interesa sumamente, y en la que llevo trabajando casi veinte años. En mi comunidad creemos que la vida contemplativa se desarrolla en una atmósfera viva y humana y hemos estado intentando precisar mejor específicamente lo que esto significa. En primer término, nos hemos encontrado con que, para montar el escenario de la vida contemplativa, precisamos un medio natural, ordenado y equilibrado. Por ejemplo, comparemos la experiencia de pasear por una habitación y descubrir un jarrón de lilas frescas sobre la mesa con la de pasear por la misma habitación y encontrarse un ramo de flores de plástico. O comparemos la experiencia de entrar en la cocina y encontrarnos una hogaza de pan que acaba de salir del horno –con el vapor desprendiéndose aún de la corteza– y entrar en la misma cocina y encontrarnos un pan comprado en el supermercado como un balón en una envoltura de plástico. Son cosas elementales, pero que ponen vivamente en contraste la naturalidad con que deberíamos vivir y la vida artificial que habitualmente llevamos. Nuestras vidas son derivadas en vez de reales, plásticas en vez de primordiales. Por eso el primer paso importante para crear un entorno contemplativo es hacerlo lo más natural posible.
En segundo lugar, nuestro entorno ha de ser ordenado. A menudo la gente piensa que contemplativo significa desentenderse y dejar que ocurran las cosas. En cierto sentido, “dejar que las cosas ocurran”, es lo que últimamente persigue la vida contemplativa; pero, al menos al principio, necesitamos establecer un orden en nuestro entorno. Necesitamos vivir deliberadamente. Durante años, cierto número de psicólogos y asesores, interesados en saber lo que el monasterio puede enseñarle a la vida pública, han estado visitando nuestra comunidad. Lo que más parecía sorprenderles es la vida ordenada que de hecho llevamos. Tenemos un horario, una regla de vida. Como ciertos momentos del día son mejores para algunas actividades específicas que otros, cada día tiene una forma, un plan, una estructura naturales, que admitimos y luego seguimos. Los psicólogos han encontrado que el orden es eficaz también en el contexto de la vida laica. Personalmente creo que todos debieran tener un plan del día en forma de pauta sobre el desarrollo ideal de cada día. Esto no significa que vayamos a estructurar rígidamente cada momento, sino que tengamos al menos una idea de lo que es más importante. Se puede comenzar dando prioridad a las actividades propias o dándosela a las prácticas espirituales. Se puede echar una mirada al día y establecer cuál es el mejor modo de concentrarse en la oración o la meditación, ordenando luego el resto del día alrededor de eso. Para la mayoría de la gente, esto significa normalmente levantarse antes o acostarse más tarde. Mi experiencia personal, y la de cientos de personas con las que he hablado de ello, es que, a la larga, da mejor resultado levantarse una hora antes para hacer las prácticas que acostarse una hora más tarde. Aunque durante el día se acumula el cansancio, la concentración, la integración y el recogimiento son tan cruciales que el cansancio no es realmente un problema. En cambio, si se omite esa importante sesión de oración, aunque se tenga toda la energía del mundo, no dispondremos de tanta oportunidad de crear un entorno contemplativo personal.
Otro aspecto de planear es disponer de “momentos de no hacer”. Como americanos, tendemos a ser demasiado metódicos y rígidos. Esto lo digo al mismo tiempo que afirmo que somos demasiado blandos y flojos. Somos las dos cosas. En nuestros planes disponemos de momentos de “ser solamente” cuando no tenemos absolutamente nada planeado, aunque sólo sea unos minutos. Y hay un koan muy útil: deja la mitad de lo que estás haciendo y haz bien la otra mitad. Acaso no necesitemos seguirlo literalmente, pero al menos podemos sentarnos con esta idea y empezar a entender lo que puede significar para nuestra vida. Personalmente debo confesar que tengo que decírmelo todos los días.
En tercer lugar, el entorno contemplativo es equilibrado. Necesitamos disciplina física para el cuerpo, disciplina intelectual para la mente y disciplina meditativa para el espíritu. Una de mis frustraciones personales es encontrar en muchos entornos de retiro demasiado énfasis en la espiritualidad. Por supuesto, podríamos subrayar también excesivamente la disciplina corporal y convertirnos en jockeys, o insistir en la disciplina mental y volvernos engreídos; pero cuando ponemos demasiado énfasis en la disciplina espiritual, al menos en la tradición cristiana, con mucha frecuencia terminamos siendo mojigatos. También es necesario equilibrar trabajo y juego. Creo que uno de los mayores obstáculos para la vida contemplativa en nuestra cultura es el impulso neurótico a trabajar. Estamos abrumados de trabajo. Naturalmente, el trabajo de suyo es bueno y constituye un elemento importante de la vida contemplativa; no sólo humaniza y da energía, sino que además es una excelente preparación para la contemplación. Pero si estamos neuróticamente motivados a trabajar, entonces constituye un obstáculo. Hemos de equilibrar el trabajo con la distracción, que es igualmente una dimensión crucial de la vida contemplativa; y creo que es este uno de los principales testimonios de mi comunidad al monasticismo. Los monjes, por lo general, no juegan lo bastante. En mi comunidad reservamos un día a la semana, el domingo, en el que solamente jugamos. Algunos domingos jugamos juntas; otros lo hacemos individualmente. Remamos, jugamos al voleibol o hacemos excursiones. Otras veces es un juego más intelectual: contemplar obras de arte, escuchar música o leer poesía. Una de mis actividades favoritas dominicales es pintar con acuarela. No enseño necesariamente a los demás lo que pinto, pero eso es justamente lo que cuenta. No tiene ninguna finalidad. Como dice Eido Roshi, es “eso solo”.
Me parece que en general la gente tiene ideas muy erróneas acerca de la vida del monasterio. Las personas que nos visitan se sorprenden con frecuencia al descubrir que los elementos de nuestro entorno contemplativo no son en absoluto extraños a ellos y que nuestros problemas son también sus problemas. Quizá la única diferencia verdadera sea la falta de apoyo comunitario que los laicos encuentran cuando intentan vivir contemplativamente cada día. Convengo en que es una verdadera carencia no estar vinculado a otros que compartan los mismos ideales y aspiraciones. A veces conseguimos poner a esas personas en comunicación unas con otras o bien ofrecerles algún tipo de apoyo comunitario. Contamos ahora con una amplia familia de personas que no residen con nosotros, pero que comparten nuestros ideales y aspiraciones y que permanecen en contacto con nosotras por medio de cartas y visitas personales. Incluimos también una columna llamada “Contemplación para todos” en nuestra revista trimestral Desert Call, donde invitamos a personas de todas las clases sociales a escribir sobre los obstáculos que encuentran y las lecciones que han aprendido para superarlos. Nuestra hoja informativa, Nada Network, es también un foro de intercambio entre el monasterio y el mundo. la vida contemplativa es exactamente tan posible en el mundo como en el monasterio. Después de todo, el contemplativo no es un tipo especial de persona, sino que cada uno es –o debiera ser– un tipo especial de contemplativo.