Hoy no fue un buen día. Las sombras del desaliento, esas que el mundo moderno con su frenesí de “productividad” nos enseña a disimular tras una máscara de éxito, lograron hacerse sentir. Los días difíciles son inevitables, pero en ellos la voz del salmista resuena con más fuerza: “Respóndeme cuando te invoco, Dios de mi justicia; tú que me libraste cuando estaba en angustias.” (Salmo 4:2).
El salmo me recordó que la vida no siempre será calma, pero tampoco estamos abandonados en las tempestades. En medio del cansancio y la frustración, el mundo moderno nos grita que nos refugiemos en la distracción, que busquemos consuelo en lo efímero. Sin embargo, el salmista nos llama a mirar más allá: “Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en el Señor.” (Salmo 4:6). ¿Qué significa esto en un mundo que aborrece el sacrificio y desprecia la justicia divina?
“En paz me acostaré, y así también dormiré, porque tú, Señor, me haces habitar seguro.” (Salmo 4:9). Este versículo es una promesa que desafía la lógica del hombre moderno. La paz no viene de lo que poseemos ni de lo que logramos, sino de la certeza de que, incluso en el día más oscuro, estamos sostenidos por las manos de Dios.
Hoy, en medio de la pesadumbre, me aferro a estas palabras. La tradición nos enseña que el descanso verdadero está reservado para quienes confían en el Señor. Así, pese al tumulto del día, el salmo me invita a cerrar los ojos, dejando el peso de las preocupaciones en quien tiene cuidado de nosotros.