Por la mañana escucharás mi voz (Salmo 5)

El domingo y el lunes no tuve la oportunidad de compartir aquí mi reflexión sobre el Salmo 5, correspondiente al día que había señalado en mi plan inicial. Sin embargo, como es habitual en mí, ya había dejado plasmados mis pensamientos en el cuaderno que me acompaña en este ejercicio. Hoy transcribo la reflexión que correspondió al domingo.

Por la mañana escucharás mi voz, Señor; por la mañana me presentaré ante ti, y esperaré.” (Salmo 5:4)

El amanecer, ese momento en que el mundo parece despertar con esperanza renovada, debería ser también nuestro primer acto de entrega a Dios. Pero el hombre moderno, consumido por la prisa y el afán de productividad, ha olvidado cómo empezar el día con el corazón puesto en lo eterno. El salmista nos recuerda que, antes de enfrentarnos al mundo, debemos acudir al único refugio verdadero: el Señor.

“Porque tú no eres un Dios que se complace en la impiedad, ni habitará junto a ti el malvado.” (Salmo 5:5). Este versículo es una advertencia y un consuelo. Advertencia, porque vivimos en un mundo que ha hecho de la impiedad su norma; consuelo, porque sabemos que el mal, por poderoso que parezca, no tiene lugar en la presencia divina. En un tiempo que glorifica la injusticia y desprecia la virtud, este salmo nos llama a permanecer firmes, alejados de los caminos que conducen a la perdición.

“Pero yo, por la multitud de tu misericordia, entraré en tu casa; me postraré en tu santo templo con temor.” (Salmo 5:8). No es nuestra virtud la que nos acerca a Dios, sino su misericordia. Este reconocimiento nos libera del orgullo, ese veneno tan propio de nuestra época, y nos invita a la humildad.

En este día, mi oración es simple: que al igual que el salmista, pueda empezar cada mañana presentándome ante Dios, esperando no en mis fuerzas, sino en su fidelidad. Que mi caminar sea recto, incluso en medio de un mundo torcido, guiado siempre por la luz de su verdad.

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