La danza nunca ha sido una forma de expresión en la liturgia cristiana. En el siglo III, ciertos círculos gnósticos-docetistas intentaron introducirla en la liturgia, convencidos de que la crucifixión era solo una ilusión. Para ellos, antes de la Pasión, Cristo había abandonado el cuerpo que, en realidad, nunca había asumido plenamente. En su visión distorsionada, la danza podía sustituir la liturgia de la Cruz, pues la cruz no era más que una apariencia. Las danzas de culto en diferentes religiones tienen propósitos como el encantamiento, la magia imitativa y el éxtasis místico, ninguno de los cuales encaja con el verdadero propósito de la liturgia del sacrificio.
Es dolorosamente absurdo intentar hacer “atractiva” la liturgia mediante la introducción de pantomimas de baile, aunque sean presentadas por compañías profesionales. Estas representaciones terminan inevitablemente en aplausos, lo cual es comprensible desde el punto de vista de los profesionales, pero completamente inapropiado para la liturgia. Cada vez que el aplauso irrumpe en la liturgia por logros humanos, es una señal inconfundible de que la esencia de la liturgia ha desaparecido, sustituida por una especie de entretenimiento religioso vacío.
He sido testigo, con una tristeza profunda, de cómo el rito penitencial fue reemplazado por un espectáculo de danza que, inevitablemente, recibió aplausos. ¿Puede haber algo más alejado de la verdadera penitencia? La liturgia solo puede tocar los corazones cuando revela a Dios, cuando permite que Él entre y actúe. Solo entonces se produce algo realmente único, más allá de toda competencia, y las personas sienten que han participado en algo mucho más profundo que una simple actividad recreativa. Sin embargo, hoy en día, ninguno de los ritos cristianos incluye la danza.
Es desalentador ver cómo lo sagrado se desvanece, reemplazado por lo mundano. La liturgia, que debería ser un encuentro con lo divino, se convierte en un espectáculo más, perdiendo su significado profundo y eterno. En lugar de encontrar consuelo y esperanza, nos encontramos aplaudiendo una actuación, cada vez más alejados de la verdadera esencia de nuestra fe.