Una de las formas de entender la relación de Lev Tolstói con la Iglesia ortodoxa es en el contexto de su búsqueda de certeza, certeza sobre la verdad. Esa relación fue paradójica, es decir, muy rusa y por consiguiente bastante ortodoxa.
En 1878, a la edad de 50 años, Tolstói estaba experimentando una especie de despertar religioso durante el cual asistía con frecuencia a la iglesia del pueblo queriendo absorber la espiritualidad de la gente. Sin embargo, en el año anterior a que comenzara la guerra ruso-turca el Zar ordenó orar en todas las iglesias por las tropas. Entre las oraciones había referencias (aparentemente) a la destrucción por la espada a los turcos y hacerlos volar por los aires con proyectiles. Para Tolstói esto implicaba un acto de hipocresía que no podría soportarse ¿Cómo puede el sacerdote proclamar el Evangelio de Cristo y al mismo tiempo rezar por la muerte de los enemigos?
El genial escritor nunca fue un fanático de la jerarquía de la Iglesia. Su cristianismo ortodoxo siempre se caracterizó por centrarse en la piedad del pueblo, los monjes y los ermitaños. Pero con lo que sintió como un último ultraje moral, Tolstói abandonó la Iglesia por completo y para siempre… más o menos. Es importante señalar que el rechazo de Tolstói a la doctrina de la Iglesia Ortodoxa no se basó en el racionalismo. Su rechazo no estuvo sustentado en el racionalismo, pero tampoco era un fideísta. Su protesta se basó en la hipocresía, le indignó que el mismo cuerpo moral que proclamó el mensaje de Jesús también promoviera las distinciones de clases, la opresión de los pobres y los débiles, y la violencia en muchas formas (particularmente guerras, pogromos y pena capital).
Si observamos el estado de la Iglesia Ortodoxa en Rusia durante la segunda mitad del siglo XIX, es difícil culpar a Tolstói por estar indignado. Leamos las palabras de Santa María Skobtsova, o Santa María de París, una monja ortodoxa rusa que vivió entre los exiliados en Francia y así salvó su vida durante la tribulación roja; murió en el campo de concentración de Ravensbruck en 1945 en manos de otro sistema totalitario, tan anticristiano como el que se había cernido sobre la Santa Rusia. Volvamos, en el año 1938, Santa María escribió:
Los reformadores de la Iglesia de la época de Pedro [el Grande, 1720] fueron los menos reformadores. Nunca se sintieron profetas o santos. Laicizaron y secularizaron la Iglesia; tomaron el mundo de su jurisdicción y llevaron su fuego al desierto, al bosque, a las [ermitas], a monasterios remotos y aislados.
No debemos cerrar los ojos ante el hecho de que ellos [los reformadores] lograron mucho. La ortodoxia sinodal [encabezada por un laico designado por el zar] … en realidad se convirtió en uno de los departamentos del gran Estado de Rusia. La jerarquía, decorada con medallas y cintas estatales, a menudo tenía la psicología de una importante burocracia imperial.
No hace falta enumerar los innumerables hechos que hablan de esta secularización en los siglos XVIII y XIX. Sólo podemos decir que es precisamente lo que condujo a la separación de la Iglesia de toda la parte culta e investigadora de la nación: la intelectualidad rusa.
Como señalamos líneas arriba, incluso los cristianos devotos encuentran difícil ser demasiado duros con Tolstói. Sin embargo, el autor de Anna Karénina no lo pone nada fácil. Cuando él rechazó a la Iglesia como institución, puso todo su intelecto, capacidad de escritura, fortuna y fama en atacar a la Iglesia, o mejor dicho, aquello que llamamos “Iglesia Institucional”. Al hacerlo afirmó (quizás sin percatarse de las consecuencias de sus palabras) que los sacramentos eran dañinos y que la jerarquía era lo contrario de lo que Cristo pretendió que fuera el cristianismo.
Particularmente, Tolstói criticó a la Iglesia por su supuesta pretensión de infalibilidad y esto es un asunto muy interesante para detenernos, porque la infalibilidad fue un tema importante en los pensadores modernos. En 1870 se declaró que el Papa, el Obispo de Roma y sucesor de San Pedro tenía el poder de ser infalible bajo ciertas condiciones, cuando como Sucesor de Pedro enseñaba sobre Fe y Moral. Esto fue la consecuencia lógica del desarrollo de la teología escolástica, una teología en la línea de la lógica aristotélica: algo es o no es, o se es blanco o se es negro. Tal pensamiento no fue parte de la reflexión teológica cristiana antes del siglo XII, pero luego penetró en la Iglesia Latina, se apoderó de ella y de allí pasó a sus hijas rebeldes, las comunidades reformadas.
En cambio, la iglesia ortodoxa continuó persiguiendo la reflexión teológica basada en la experiencia mística para la cual las palabras y los conceptos solo podían servir, en el mejor de los casos, como íconos que apuntaban a algo más allá de sí mismos. Por lo tanto, en la tradición ortodoxa, “el sí” y “el no” no son necesariamente excluyentes entre sí. Es decir, debido a las limitaciones humanas, el “sí” de un santo y el “no” de otro santo podrían apuntar a la misma realidad mística.
En el siglo XVIII, Rusia estuvo bajo la influencia de la teología pseudo-tomista y la escolástica barroca, por lo que se requirió que los seminaristas rusos aprendieran latín, no griego, y muchos conceptos y categorizaciones occidentales influyeron en el mundo teológico de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Así llegamos a una Iglesia en la Rusia de Tolstói contaminada con las tendencias occidentales, que minimizan la experiencia mística a favor de la lógica y la escolástica esclerosada. La Iglesia Romana reivindica la infalibilidad de una persona, el Papa; los teólogos ortodoxos rusos de este período afirmaron la infalibilidad de los concilios ecuménicos. Tolstói rechazó la afirmación de infalibilidad de cualquier iglesia. Quien lea el capítulo III de El Reino de Dios está en vosotros notará esta lucha que presenta Tolstói, que es la lucha de su alma, de su mente.
Pero aquí está la ironía: la infalibilidad no es una categoría cristiana ortodoxa. Es una categoría que ingresó a la Iglesia Ortodoxa Rusa durante su período de latinización (¿Un cautiverio en Babilonia? ¿Una tentación? ¿Un espejismo laodicense?). Entonces, al rechazar la afirmación de infalibilidad de la Iglesia Ortodoxa Rusa del siglo XIX, Tolstói en realidad no estaba rechazando la doctrina cristiana ortodoxa, sino la corrupción de la misma. Su posición no era diferente, en ese sentido al de los raskólniki, de una Feodosia Morozova o el gran Avvakum Petrov.
No obstante, la mordaz condena de Tolstói a la Iglesia y sus sacramentos resultó en su excomunión oficial en 1901. Aunque se habló mucho de este acto oficial, en realidad solo fue un reconocimiento de lo que Tolstoi había estado diciendo durante años. Dado que Tolstoi se separó tan públicamente de la Iglesia, la Iglesia simplemente lo oficializó..
Uno de los hechos que no se mencionan a menudo en relación con Tolstói y la Iglesia Ortodoxa es que visitó, al menos cinco veces, el monasterio de Optina. Optina era famosa por sus ancianos “portadores de espíritu” (los staretzi). De hecho, en el último mes de su vida, Tolstoi (según narra en su diario), estaba releyendo a Los hermanos Karamozov de Dostoyevsky y menciona específicamente al anciano Zosimos, el staretz en la novela, pero inspirado en el staretz Ambrosy del monasterio de Optina.
Y así, cuando Tolstói comienza su exilio autoimpuesto unos días antes de su muerte, se encamina al monasterio de Optina, y allí tras pasar la noche queda de pie frente a la cabaña del anciano Joseph debatiéndose si llamar o no a la puerta. Al final, no lo hace. Unos días después, Tolstói morirá de neumonía. El anciano Joseph enviará al anciano Barsanuphius para que lo acompañe en la agonía. Por desgracia, los seguidores de Tolstói no permitirán que nadie lo vea, ni siquiera su familia, hasta que entre en coma.
Tolstói condenó a la Iglesia Ortodoxa de la Rusia del siglo XIX, que en muchos sentidos, quizás, merecía condena. Sin embargo, como dijo GK Chesterton, “la herejía es la verdad enloquecida“. De modo que Tolstói, habiendo logrado apoderarse de una parte de la verdad y alimentado por su rabia por los fracasos de la Iglesia Ortodoxa Establecida, para vivir de acuerdo con sus propios preceptos, tomó su verdad y condenó otras verdades con ella. Su verdad se convirtió en el único criterio.
Desafortunadamente, al final, Tolstói descubrió que condenar a los demás por no vivir según el ideario que él estableció como norma del cristianismo era mucho más fácil que vivir y morir, él mismo según esos ideales.