La historia del presbítero que perdió diciendo la verdad

La historia es simple: un presbítero de la Iglesia Conciliar sospecha de su obispo, el cual pasa por conservador. La sospecha comienza a crecer y alimentarse cuando escucha a adolescentes de la parroquia.

El sacerdote, un hombre joven y formado, convencido de estar en la Verdad empieza a hacer preguntas cada vez más comprometedoras para el obispo. La situación empeora y el obispo, perteneciente a una sociedad con tanto dinero como poder comienza una campaña de persecusión que sólo Mamón puede sostener y financiar.

El presbítro queda herido en su salud y en su mente y sabiéndose en desventaja decide recurrir a los canales oficiales de la misma Iglesia Conciliar. Hay quienes le aconsejan que guarde silencio, que busque una salida diplomática. “No vale la pena”, “pensá en tu carrera, pensá en todos tus años”. Pero este hombre tiene tanta fe en Dios como en que la organización en la que está implicado es el instrumento de Dios en la Tierra. (Escribo esto y recuerdo cuantas veces me lo repetí a mi mismo).

El obispo, poderoso y protegido por políticos y por la prensa consigue llevar el caso a las máximas autoridades de la Iglesia Conciliar y el veredicto es contundente: reducción al estado laical del presbítero que luchó por la verdad.

¿Con qué fin? ¿De qué sirvió tanto sufrimiento? ¿Para qué? ¿Se evitó algo? La herida sigue abierta mientras el obispón protegido en una diócesis argentina levanta su vaso de wisky y brinda con el Príncipe de las Tinieblas, al cual sirve con toda impudicia.

Sancte Roche, noli oblivisci filiorum tuorum. Protege a lupis rapacibus minimos, qui dispersi sunt et in eorum potestate. Noli oblivisci. Errorum innocentia carent. Ut melius intelligatis, falsus episcopus.

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