Una de las asignaturas que más me costó en la Universidad fue “Historia Clásica”, especialmente la parte correspondiente a Grecia. De aquel entonces quedé con cierto resentimiento y me volqué con mucho mayor gusto por Roma. Pero desde hace unos años, mi amigo Eduardo Llorente me venía contando sobre sus lecturas de los clásicos griegos, así que decidí emularlo… y qué mejor para un historiador que volver su mirada a Heródoto… Ἡρόδοτος, πατὴρ τῆς Ἱστορίας.
Estoy leyendo a Heródoto en la hermosa traducción de George Rawlinson de 1858 y que es de libre acceso gracias a The Internet Classics Archive, un proyecto del Massachusetts Institute of Technology (el famoso MIT) y que pueden consultar aquí.
Ahora, ocurre que hoy llegué al Libro V, capítulo IV y leí lo siguiente:
Los trausos en todo lo demás se parecen los otros tracios, pero tienen costumbres sobre los nacimientos y las muertes que ahora describiré. Cuando nace un niño, todos sus parientes se sientan a su alrededor en un círculo y lloran por los males que tendrá que sufrir ahora que ha llegado al mundo, haciendo mención de todos los males que le tocan a la humanidad; cuando, en cambio, un hombre muere, lo entierran entre risas y regocijo, y dicen que ya está libre de una multitud de sufrimientos, y disfruta de la más completa felicidad.
Los trausos, al igual que Arthur Schopenhauer sostenían una visión sombría y pesimista de la existencia y su énfasis en el sufrimiento inherente a la vida. El hombre nacía sólo para sufrir y la muerte era una liberación. La lectura de este fragmento de Heródoto no sólo me trajo a la memoria a Schopenhauer y su libro “El mundo como voluntad y representación“.
Los historiadores de hoy ya no prestan atención a los clásicos, tan procupados como están de la “percepción” y de tantas entelequias sin sentido. ¡Que bueno rescatar este fragmento del Padre de la Historia!
Muchas gracias. Coincido en su juicio sobre mis colegas contemporáneos.