“Júzgame, Señor, conforme a mi justicia y según la integridad que hay en mí.” (Salmo 7:9, Nácar-Colunga)
El Salmo 7 es un canto solemne que eleva la mirada del alma hacia el trono de un Dios que es juez justo, escudriñador de corazones. Es un salmo incómodo para el hombre moderno, atrapado en una época que ha sustituido la justicia divina por la justicia del consenso, la integridad por la conveniencia y la verdad por lo políticamente correcto. En este grito del salmista se despliega el clamor eterno de quien busca ser vindicado, no por los hombres, sino por Aquel que ve más allá de las máscaras.
“Prueba, Señor, al justo; examina los corazones y las entrañas.” (Salmo 7:10). Aquí yace una verdad aterradora y consoladora a la vez: Dios nos conoce en lo más profundo. Nada puede esconderse de su mirada. Pero, ¿quién puede presentarse ante este juez sin temblar? La modernidad, con su culto al individuo, enseña al hombre a justificarse a sí mismo. El salmista, en cambio, se entrega, consciente de que su justicia no es suficiente, pero confía en la misericordia divina.
“Dios es juez justo, fuerte y paciente.” (Salmo 7:12). En estas palabras encontramos el equilibrio perfecto: justicia y paciencia. Frente al caos del mundo, donde el hombre teme que el mal quede impune, este versículo afirma que Dios actúa en su tiempo, con precisión y sin error. Esto nos desafía a soltar la desesperación que nos impone la modernidad, donde todo debe resolverse de inmediato.
El final del salmo resuena como un himno de victoria: “Alabaré al Señor por su justicia y cantaré al nombre del Altísimo.” (Salmo 7:18). No importa cuán sombría sea la batalla, ni cuántos sean los enemigos que nos rodean; el justo puede descansar en la certeza de que la victoria pertenece a Dios.
Este séptimo día marca el fin de mi camino con los primeros Salmos, pero no el final de la búsqueda. La voz del salmista es un recordatorio eterno: debemos vivir bajo el escudo de un Dios que juzga con justicia y misericordia. En un mundo que ha olvidado cómo clamar al cielo, este Salmo nos invita a rendir el alma ante quien todo lo ve, todo lo sabe y todo lo gobierna.